viernes, 24 de diciembre de 2010

FUE UN FLECHAZO

Iba con mi padre al ambulatorio, para hacerme el examen médico para poder sacarme el carné de moto. Tenía dieciséis años, era todo un crío a los ojos de la sociedad, pero todo un salvaje en mi interior. Mi madurez, incluso a veces me agobiaba. Prefería ser un niño inconsciente. Pero tener las cosas claras a veces te hace pasar buenos momentos.
Estaba yo allí, en la sala de espera para que me llamasen para que me mirasen la vista y no sé que pruebas más. Mi padre no paraba de balbucear cosas, sin sentido. Estaba aburrido, soñoliento. Cuando alguien hizo que volviese a la realidad. Entró un chico, de unos 23, con una chica acompañándole. La chica se quedó afuera, el muchacho entró, habló con la mujer detrás de recepción, le dio unos documentos y le dijo que se esperase en la sala.
Caminaba vacilante, y se sentó enfrente de mí. Me hizo incomodar. Era el tío más… sexy que jamás había visto. No era el prototipo de la sociedad, no era el cachas rubio con cara de tío bueno, no. Era alto y delgado. Tenía el pelo negro y corto, y el flequillo largo, le tapaba el ojo izquierdo. No. No tenía pinta de emo. Tenía sombra de barba, de unos 3 días. Sus ojos eran verdes, sus labios rosas, carnosos. Llevaba un polo negro, una cruz, y un vaquero desgastado, de un gris oscuro. No, no tenía pinta de gótico, ni de heavy, de nada. Era… absolutamente embriagador. Me miró durante un instante, y pude divisar un movimiento de sus labios en forma de sonrisa.
Yo intentaba no mirarle, no ponerme nervioso, pues mi padre estaba a mi lado. Intentaba no fijarme en él, pero cada vez que yo alzaba la vista, la suya estaba fija en mí. Me sentí sumamente extraño. No estaba acostumbrado a un acoso tan excitante, a una actitud tan vanguardista en mí. No necesitaba sexo para vivir, sólo buscaba alguien que me quisiese.
-Gerard Caminos- dijo una enfermera gorda, mirando una lista. Mi padre me dio un codazo para que me levantase, porque estaba demasiado abstraído con tanta belleza en un solo ser. No era lujuria lo que se despertaba dentro de mi, era… amor.
Me levanté. El alzó la cabeza y me miró a los ojos. Ahora no había duda, me sonreía descaradamente. Entré en la consulta. Me hicieron quitarme la camiseta, contestar a unas preguntas, y me tomaron pulso. Después volví a mi sitio. Esperando que me llamasen a la siguiente prueba. Cuando salí yo, la misma mujer hizo acto de presencia.
-Héctor… Héctor Martínez- dijo la mujer.
Así que mi amor se llamaba asi… El chico se levantó y entró. Durante un instante, sentí envidia del doctor, pues iba a verle sin camiseta, tocarle, hablarle. Mi padre no dejaba de hablar.
Hasta que salió, pasaron cinco minutos que me parecieron eternos. No podía creer esa obsesión. Salió, y mi corazón hizo un respingo. Se volvió a sentar delante de mí.
-Me voy a fuera a fumarme un cigarro- dijo mi padre tosiendo. Yo asentí, alegre de que me dejase solo de una vez. Al salir, levanté la vista. Su cabeza estaba apoyada en la pared, tenía los brazos cruzados y se le levantaba un poco el polo, dejándome ver la parte de su ombligo, lleno de vellos. No dejaba de sonreírme.
Yo intentaba mantener la compostura, no dejarme ganar por un tío con cara de nene malo, con unos labios tan sensuales, con ese cuerpo… ¡Oh dios mío! Iba a enloquecer.
-¿Qué?- le solté instintivamente- ¿Qué te parece tan gracioso?
‘Bien, Gerard, he quedado como un estúpido’, pensé
Él simplemente siguió sonriendo. Se incorporó y se sentó en el lugar de mi padre, de costado, para verme.
-¿Por qué estás tan nervioso?- me dijo entre una risa pícara y con seguridad autoritaria.
-Porque no paras de mirarme- le dije, sonriéndole yo también.
-Me pareces tan… adorable.
-¿Perdón?- no sabía si había escuchado bien, simplemente esa situación me superaba.
-Hace tiempo que no tengo un flechazo.
-Siento que tu vida sea tan aburrida- dije con un tono irónico, intentando parecer ser un borde. Pero él se rió.
-Puede que tú me la hagas más entretenida, ¿no crees?
-Gerard Caminos- dijo la mujer obesa, avisándome que era mi turno para la segunda prueba.
-Vaya, que pena- le dije sarcásticamente.
-Sí, totalmente- dijo sobreactuando un drama, bastante gracioso por cierto-. ¿Me das tu móvil?
-Aish, vaya, lo siento, es mi turno- dije, entré en la sala y me hicieron leer las letras de la última hilera.
Al salir, él entraba en la sala. Me acarició el abdomen y entró. Me paralizó. Me senté esperando la última prueba. A los dos minutos salió él, ocupando otra vez él sitio de mi padre.
-¿Me lo das o no?
-Apunta- le ordené. Sacó su móvil y se lo di, algo renegado por lo fácil que había sido abatido. Me gustaba hacerme derogar.
Volvió a entrar mi padre, y él se fue a su sitio, sin dejar de comerme con los ojos. Soy un adolescente bastante apetecible diría yo, aunque raro. Tengo el pelo rubio, en greñas, y mi cara es un híbrido de niño bueno y a la vez rebelde. Mi cuerpo era delgado y algo fibrado. El vello me abundaba en las axilas, en el ombligo y en el pubis. Tenía sombra de barba, aunque rubia. Iba acicalado de una forma peculiar: llevaba una camiseta de red negra, a lo gótico, y mis pezones rosas salían por uno de los agujeritos. Llevaba un pantalón de cuero negro lleno de cadenas, y las uñas de negro. Tenía un piercing en medio del labio, y otro en la nariz. Mis padres ya se habías acostumbrado a mis vestimentas, por lo que pasaban de mí. En general, era un chaval bastante sexy, aunque para gustos, colores.
Pasé la última prueba, y volví a la sala de espera para decirle a mi padre que ya había salido. Pasó delante de mí, me agaché al oído de Héctor y le susurré ‘Llámame dentro de media hora si quieres’. Sonrió e intento darme un beso, pero me aparté, y me lo dio en la mejilla.
Salí de aquel lugar y me fijé en la chica que lo acompañaba pero se había quedado afuera esperando. ¿Sería su novia? No gasté mucho tiempo pensando en ello. Me daba igual.
Llegué a mi casa y me acosté en mi cama, fumándome un cigarro y esperando la llamada de Héctor.
Me estaba quedando dormido cuando mi móvil empezó a vibrar. Temí cogerlo, la verdad, pero me decidí.
-¿Gerard?- me preguntó una voz desde el otro lado.
-Mmm… sí- asentí-. ¿Héctor?
-El mismo galán- dijo soltando una risilla-. ¿Dónde estás?
-En mi casa. ¿Tú?
-En un bar con mi amiga- suponiendo que era la misma tía de antes, me quedé un poco más tranquilo. Eran sólo amigos-. ¿Sabes donde está el… el bar ese delante del instituto?- sí, sí lo sabía. Era el bar donde iba cada mañana antes de ir a clases-
-Sí.
-Pues estoy aquí… Si te quieres venir.
-Vale. Estaré allí en… en 5 minutos.
-Te espero.
Salí de la cama, cogí el móvil, el tabaco, algo de pasta y me dirigí al bar, con el sentimiento de cómo un niño espera navidad o al Ratoncito Pérez. Todo mi cuerpo temblaba mientras más me acercaba al bar. Eran las siete de la tarde más o menos. Cuando me posé delante de la puerta y la abrí, dejé mis miedos para convertirme en el narcisista seguro de si mismo que siempre aparentaba ser. Y él estaba allí, de espaldas a la puerta. La amiga, la misma de antes, me vio, y le hizo un gesto para que se girase. Me vio y se levantó, acercándose a mí. Se puso muy cerca y me susurró al oído un hola sensual que me derritió allí mismo. Me cogió de la cintura y me preguntó si quería tomar algo. Acepté el café con leche que me ofrecía. Me senté no sin antes darle dos besos a su amiga.
-Carol.
-Gerard- nos presentamos.
Me senté junto Héctor, e inmediatamente me trajeron la taza calentita. Él puso su mano encima de mi muslo, mientras hablábamos de temas banales y nimios. Me acariciaba desde la rodilla hasta mi ingle, donde lo hacía detalladamente. Me puse nervioso, y sino recuerdo mal, empecé a tartamudear un poco, mientras él soltaba una risilla de pillo.
Estuvimos en esa cafetería-bar o lo que fuese un par de horas, donde dejamos el cenicero lleno a rebosar de colillas y cenizas. En ese momento intimé mucho con ambos, aunque irresistiblemente, más con Héctor. A su lado me sentía seguro, protegido. O al menos era la sensación que me trasmitía. Aunque estaba cogido de la mano de él, me daba igual que entrase alguien que me conociese y se quedara atónito por la situación. Estaba al lado de Héctor y simplemente me sentía bien.
A cosa de las nueve y media salimos al fin. Héctor me invitó mis dos cafés y Carol se marchó. Andamos por las calles, hablando de nosotros y contándonos cosas, que aunque triviales, hacían que nos conociésemos más. Me contó que exactamente tenía veintidós años, que vivía solo en un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, y que más o menos estaba afuera del armario, que no es que se viese obligado a salir, pero lo decidió y ¡chapó!
Yo le conté que tenía dieciséis, que vivía con mis padres y que odiaba que me tratasen como un crío de mi edad.
-¿Por qué?- me preguntó.
-Porque la gente tarta a los adolescentes como niñatos absurdos, inmaduros y pavos con un toque de irresponsabilidad- solté-. Y me meten a mí en el bote de tales cuando no me considero nada de eso- pronuncié con cierto énfasis-. Todo al contrario, me considero el doble de superior a ellos porque ellos se creen superiores a mí. Y eso les hace inferiores al instante.
-Entonces tú también te crees superior a ellos….- vaciló.
-Sí, pero no es que lo crea. Lo soy.
-Ja, ja, ja, ja, mi pequeño narcisista- y dicho esto, se detuvo enfrente de mí, me cogió por la cintura y acercó su cara a la mía-. ¿Sabes que eres la persona más alucinante que he conocido nunca?-susurró tiernamente en mi oído-. Inevitablemente, ya estoy enamorado de ti.
Y pegó su boca a mi cuello, y suavemente fue besándolo, subiendo por el mentón y separándose en mis labios.
-¿Eres virgen?- me preguntó-. Quiero decir, que sí has hecho algo…-tartamudeó.
-No, es decir, sí, soy… virgen- dije entre suspiros por los besos que seguía dándome por mis mejillas.
-¿Tienes hora para ir a casa?- dijo sin dejar de ensalivar mi cuello.
-Sí, pero bueno, es viernes, puedo decir que salgo de fiesta.
-¿Vamos a mi casa?
Al entrar a su apartamento, noté cierta calidez, cómo si ya la conociese. Puede que fuese el simple hecho de estar con la primera persona con la que no tenía que aparenta nada, ser yo mismo. Encendió las luces y me hizo sentarme en el sofá, enfrente de una pequeña mesita de cristal y delante de un televisor de plasma. El salón comedor estaba comunicado con la cocina americana, y este daba a tres puertas más: dos eran habitaciones y otra el baño. Por el ventanal del balcón, entraba la luz de la calle, tres pisos más abajo.
Héctor me ofreció un ‘ginlemon’, y se lo acepté encantado al ser mi cubata favorito. Él se puso otro y se sentó a mi lado en el sofá.
-¿Te quieres quedar a dormir?- Me dijo con algo de vergüenza por lo que pudiese contestar.
-Claro. Siempre que tú quieras…- dije. No me atrevía a mirarle la cara, algo extraño, pero en ese momento sólo pensaba en que iba a pasar.
Se acercó a mí y apoyó su cara a mi hombro.
-Me alegro de haberte conocido, en serio- me susurró. Me enloquecía todo de él.
Esa noche fue alucinante. Primero pedimos unas pizzas a domicilio, ya que ni él tenía ganas de cocinar ni yo de hacer de mujer servil. Luego llamé a mis padres y les dije que iba con Marta y Kevin de fiesta, y que no volvería a casa. No me costó mucho convencerles. Después me presentó su colección de películas de terror. Tenía unas cincuenta.
-Es mi pequeña obsesión, el cine- me dijo, mientras miraba los títulos de las pelis.
-La mía es la música. Soy compositor. Toco el piano y la guitarra- le comenté, mientras veía un título que me gustaba-. ¡Ostras! Ya está, ya he escogido.
Decidimos ver primero La Matanza de Texas y luego El Amanecer de Los Muertos. A mitad de la primera película, trajeron las pizzas, y menuda bronca le echó Héctor al repartidor, pues habían tardado más de una hora.
El sofá era grande, pero estábamos los dos muy juntos. Luego él se estiró, y yo aproveché para apoyarme en su pecho, mientras él me abrazaba. Sin saber porque, me sentí sumamente compenetrado con él. Me sentía… a gusto, cómplice de alguien. Era como si le conociese de toda la vida. Mientras íbamos viendo la peli, me entraron ciertas paranoias. Primero, que haber si me iba a colgar de él y Héctor sólo quería echar un polvo. Luego, que si no fuese así, ¿Qué hacía con un chaval de dieciséis años? Intenté apartar estos pensamientos de mi cabeza, pero no podía, así que decidí ignorarlos.
Las películas acabaron a eso de las dos y media de la madrugada. No tenía mucho sueño, pero si tenía ganas de acostarme y descansar. Sin su permiso, me levanté y fui a su cuarto, mirándole como indirecta para que me siguiese. Sin encender la luz, me saqué la camiseta esa de rejillas mientras él se acercaba, me cogía por los dorsales y empezaba a mordisquearme el pezón. Como pude, le quité la camiseta a él, por detrás. Tenía un cuerpo que incitaba a la tentación. Lo tenía bastante atlético y fibroso, cosa que no transparentaba con la ropa puesta. Le rodeé el cuello con mis brazos y nos miramos.
Nuestras miradas eran híbridos de pasión y ternura, de lujuria e inocencia, de fuego entrelazado por nuestros brazos en nuestros cuerpos. Simplemente sentí que le quería. Simplemente me dejé llevar por él.
Me desperté por la mañana. La luz se colaba por las rejillas de las persianas, y hacían del cuarto un lugar semi-iluminado convirtiéndolo en una estancia romántica a la vez que con su punto de misteriosa. Héctor estaba espatarrado a lo ancho de la cama, con su torso al aire pero con las sábanas blancas tapándole la polla. Me acerqué a él y me apoyé en su pecho. Entre sueño, sonrió, y vagamente, se despertó. Pasó su brazo por mi cuello y me atrajo más a él, haciendo que me subiese encima de su cuerpo. Estábamos desnudos, y no tardamos en que nos entrase la calentura. Me día un beso suave, de esos tan leves que crees que no ha pasado.
Había sido una noche mágica. Sexualmente hablando, no había ocurrido nada. Simplemente habíamos estado charlando, besándonos, acariciándonos… Sentí felicidad en mí. Me entró esa sensación de ser capaz de comerte el mundo, de afrontar la vida con coraje y dejar atrás cualquier complejo idiota que tuviese.
Me levanté a la cocina, estaba hambriento. Me puse el delantal para hacer la gracia. Pero a Héctor le encantó esa idea. Llegó por atrás sin hacer ruido, me agarró de las nalgas y me besó el cuello, mientras a mí se me caía el café.
-Deja, deja, ya lo limpiaré luego- me susurraba en el oído.
Empezó a restregar su tranca por mis nalgas. Estaba semirrecta. Y él mientras, me tenía abrazado por la cintura y me masturbaba, sin dejar de empaparme el cuello de saliva. Casi sin aliento, gemíamos.
Bajó su mano por mis cojones y metió la mano entre mis piernas y me presionaba el camino del escroto hasta el orto, con los dedos, mientras que con la otra mano, levantaba mi pierna izquierda y la subía encima del mármol, al igual que mi cuerpo, que quedó empotrado contra el frío.
Cogió su polla y rebuscó por mi ano. Se puso de rodillas y metió su nariz, para luego sacar su lengua y comerme el culo. Me lo devoraba. No paraba de sacar y entrar la lengua de dentro de mí. Noté que estaba considerablemente dilatado, pero él seguía con su beso negro.
Cuando creyó que ya había suficiente, se puso de pie de nuevo, pegó su pecho contra mi espalda y me la ensartó de un solo golpe. Chillé como un niño, pero en verdad no me había hecho daño. Me embestía como el pájaro carpintero tala su tronco. Me metía sus 19 cm de golpe, la dejaba dentro, se movía espasmáticamente y me la clavaba un poco más.
Sentía la mata de pelos de su polla rozar mi ano, y sus huevos colgando chocar contra los míos. Me cogía de los pelos y me levantaba violentamente la cabeza mientras me besaba ferozmente.
Sus folladas no cesaban, y yo estaba sudando como un pollo. De repente, paró. Pensaba que se había corrido o algo, pero sólo quería cambiar de posición.
Me sentó en el mármol, con mis piernas en sus hombros y se acercó a mí. Me dio un beso como los que me había dado por la noche. Rodeé nuevamente su cuello con mis brazos, y así empezó a petarme otra vez. Le solté, pues no podía con mis fuerzas. Él seguía inmune al cansancio. Al contrario, cada vez me follaba con más fuerzas. Puso sus manos detrás de su cabeza mientras echaba la cabeza atrás para deleitar de mi culo.
Esa visión me hizo correr al instante: él con sus manos en la nuca, sus axilas peludas, su cara chorreante de sudor, su polla bombearme y rajarme las entrañas, sus músculos, sus pezones… sus pezones. No pude resistirme, y como pude, empecé a comérselas.
Sin aviso, sacó su polla de mi interior e hizo arrodillarme ante él. Me agarró de los pelos y me metió su polla hasta al fondo. Sentí arcadas por no poder respirar, pero el hecho de tener su tranca hasta tener su mata de pelos en la nariz, era más reconfortante. Me la sacaba mientras yo con mis labios presionaba su glande. Sin previo aviso, soltó montones de lefa en mi boca. Instintivamente me los tragué, mientras él chillaba y se retorcía gritando mi nombre.
Yo seguí chupándosela, y él chillaba más y más. Creo que llegó a sentir hasta dolor. No le hice sufrir más y me levanté. Me estampó contra el mármol y me comió la boca con desespero, mientras compartía su semen con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario