martes, 21 de junio de 2011

EL FRANCES

Me acerqué a Sitges, en la playa, a ver que encontraba. Era un fin de semana de verano, así que la ciudad estaba llena de extranjeros que venían a España a pasar sus vacaciones. Me di una vuelta por las calles más gay de la ciudad hasta que decidí entrar en uno de los locales. Sentado en la barra, cerca de dónde yo estaba, un joven guapísimo charlaba con el camarero. Debía llevar poco en el pueblo, ya que su piel lucía blanca cómo la leche. De pelo larguito y muy rubio, no se apreciaba nada de vello en brazos y piernas. Su carita, angelical, y su maravilloso culo acaparaban toda mi atención. Pronto se hizo evidente que no hacía más que mirarle extasiado, cuando el camarero me preguntó qué deseaba. Pedí un combinado de ron y comencé a beberlo tranquilamente.
El joven, se había quedado momentáneamente sólo, ya que su amigo el camarero atendía a la gente que iba llegando. Me armé de valor y acercándome a él le saludé. El respondió en francés, aunque chapurreaba algo de español, cómo vería luego. Aquella vez, mi arrojo había tenido premio. El guapo joven, Patrick, no rehuyó mi compañía. Hablamos y hablamos, cada vez más animadamente. Me contó que el camarero no era su novio, cómo yo temía, sino un amigo a quien ya conociese el pasado año. Hacía sólo dos días que había llegado al bonito pueblo costero que pasa por ser la capital gay del sur de Europa, al menos en verano. Estaba alojado en un apartahotel con su hermanastra mayor, mientras sus padres estaban también de vacaciones en algún lugar de Francia. Aunque suene extraño, congeniamos rápidamente saltando cómo pudimos la barrera del idioma. Charlábamos y reíamos cómo si nos conociésemos desde hacía tiempo.
En estas, al cabo de un buen rato y unos cuantos cubatas, me besó. Aunque me pilló desprevenido, me amoldé enseguida y mi lengua respondió a la suya en un segundo y apasionado beso. Definitivamente, aquello iba más que bien. Al fin me preguntó lo que yo había estado esperando desde hacía horas, me propuso quedarme a dormir en su casa. Aprovechando que no eran ni siquiera las doce, llamé a mis padres (sí, vivo con ellos aún a mis 27 años) para decirles que no iría a dormir. Después de la llamada, cogidos de la mano, nos despedimos de su amigo el camarero y nos fuimos a otro pub. éste era mucho más oscuro y empezaba a salir más gente. Nos sentamos en un sofá ante una mesita y comenzamos allí mismo a tomar contacto con nuestros cuerpos. Nos sobamos todos los rincones por encima de la ropa, advirtiendo que nuestras pollas estaban en estado de revista. Me animé a meter la mano por dentro de sus shorts de deporte y encontré su maravilla. Entre besuqueos y caricias, sentí un pedazo de carne, perfectamente cilíndrico y con el glande descubierto. Aquello ya estaba húmedo, pero mi manoseo parecía encantarle. Besé su dulce cuello mientras le comenzaba una lenta paja, él gemía y parloteaba en francés. Entendí pocas de las cosas que dijo, pero parecían todas buenas.
Viendo que aquello se nos escapaba de las manos, nunca mejor dicho, nos dirigimos a su apartamento. Allá estaba Suzette, su hermana, viendo la televisión. Nos saludó sin darle mucha importancia y siguió con lo suyo. Nosotros, nos fuimos a la única habitación que compartían los dos hermanos. Me dijo que ya habían acordado que si uno ligaba, el otro dormía en el sofá. Le pregunté que pasaba si ligaban los dos, a lo que respondió con una sonrisa mientras se encogía de hombros. Nos desnudamos rápidamente y, antes de que el asunto fuese a mayores, él recordó que debíamos ir a la ducha. Me costó horrores soltar sus hermosas carnes, su culo duro y respingón y sus tetillas, que ya tenía en la boca. Al fin, no sin esfuerzo, cruzamos el estrecho pasillo y nos metimos en el pequeño baño.
Bajo el chorro de agua nos besamos locamente, repartiendo caricias y toqueteos por nuestros cuerpos mojados. Al poco me fui bajando por su pecho, siguiendo por su linda tripita hasta llegar a sus ingles. El poco vello que mostraba el joven apenas molestaba para mis propósitos. Besaba todo alrededor de su sexo, ya empalmadísimo. Me demoré un buen rato en sus muslos, tersos y muy sensibles. Mientras tanto, no dejaba de mirar la maravillosa tranca que exhibía mi amante. No muy grande, muy rosada y con el glande de un color muy claro, apenas mayor que el tronco. Preciosa cómo él, sin apenas marcar la vena inferior que, en mi caso, era perfectamente visible. Sin más remoloneos, la llevé hacia mi boquita y besé su maravilloso glande. Animado por su reacción del todo positiva, tragué entera la caperuza, dedicándole los más cariñosos lametones que pude. él gemía cómo una puta, mientras uno de sus dedos buscaba su propio ano.
Pareció que su polla crecía dentro de mi boquita. Le acaricié sus bolas y noté cómo se metía y sacaba frenéticamente varios deditos en su túnel del amor. Pronto, me apartó delicadamente la cabeza, sacándome el falo de mi húmeda gruta. Me levantó hasta él y volvió a besarme furiosamente. Nuestras lenguas se buscaban hasta chocar y enroscarse la una en la otra. Sus suaves manos reconocían mi ardiente y enhiesto sexo metiéndose por todos lados. Se la habría metido allí mismo si no me hubiese casi obligado a ir a la habitación.
Una vez en ella, ansiosos por la pasión, nos saltamos todos los prolegómenos. El hermoso joven se tumbó de espaldas en la cama, dándome la cara. Levantó exageradamente sus piernas y el maravilloso esfínter apareció hambriento ante mi pene. No pude aguantarme más, y creo que él tampoco, así que me tumbé sobre el muchacho mientras orientaba mi polla hacia su agujero. Se la enchufé casi sin notar resistencia por parte de sus, sin duda, entrenados esfínteres. Tan sólo exhaló un sordo gritito que no hizo sino excitarme más. Comencé a darle duro, todo lo que nuestra posición me permitía. -¡Doucement, doucement mon amour!-, atinó a decir con voz entrecortada.
Me di cuenta de que realmente debía ir más despacio, no sólo por él, sino por mi también. Estábamos en la gloria y debíamos alargar ese momento tanto cómo pudiésemos. Pausé mi ritmo y volvimos a juntar nuestros labios, ahora delicadamente. Sus piernas se aferraron a mi espalda, nuestros cuerpos todavía húmedos mojaban la sábanas y, mientras yo acicalaba su hermoso pelo, él acariciaba mis nalgas. Se podría decir que era él quién marcaba el ritmo de aquel maravilloso polvo. Tanto mejor, así el gozo era compartido por los dos. Yo le mordía sus hombros al tiempo que él me susurraba dulces palabras al oído. Por supuesto, la mayoría no atinaba a entenderlas, pero en su boca sonaban más que preciosas. Su linda voz, cortada al ritmo de las emboladas, producía en mi ser un efecto placentero en extremo. Pasó lo que me pareció un largo rato, entre besos y enculadas cuando mi amante empezó a dar muestras evidentes de su corrida. Refregando su polla por mi tripa, se había estado masturbando desde hacía rato. Sentí en mi ombligo el fuego abrasador de su pegajoso esperma. Escupiendo leche durante un buen rato, el francés chillaba cómo loco. Me abrazaba tan fuerte que parecía querer estrangularme.
No pude aguantar más, ni quise, así que me vine en su culo cuando sus espasmos justo comenzaban a decaer. Me solté pausadamente, en una larga corrida que llenó su recto de semen. él, al notarlo, gimió cual gatita dejando que mi semilla le invadiera por completo al tiempo que volvía a morrearme. Quedamos exhaustos y pringosos, el uno sobre el otro. Nos tapamos un poco con una sábana y nos abandonamos a un necesario sueño después de la maravillosa noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario