domingo, 7 de agosto de 2011

EL SABOR DE UN HOMBRE

Lo único que salvaba aquel verano aburrido de hace dos años con asignaturas pendientes eran las dos semanas que mis padres iban a irse de viaje quedándome solo en casa. Yo tenía veinte años y muchas cosas por descubrir. Yo no era un chico desagradable físicamente, pero mi timidez con las chicas estropeaba cualquier posible relación, incluso de amistad, que pudiera tener con ellas y eso me acarreaba muchas dudas.
A la hora de pensar en el sexo con ellas, me ponía muy nervioso puesto que no sabía qué era lo que se esperaba exactamente de mí. Así que nunca lograba llegar al orgasmo a la hora de masturbarme porque la presión mental me bajaba la erección. Sin embargo, inconscientemente, en una de mis frustraciones al masturbarme pensé que con un hombre sería más fácil ya que sé qué se lo que le gusta porque lo mismo me gusta a mí. Ese pensamiento me excitó y me tranquilizó. Así que, con 20 años, tuve mi primera eyaculación. Pero tenía un problema. Lo hice pensando en mí mismo teniendo sexo con un hombre.
Las siguientes veces que me masturbé, por el mero hecho de alcanzar placer rápidamente, seguían siendo imaginándome hombres de mi entorno, aquello me parecía muy fácil y factible, mucho más que tirarme a una chica, que me parecía un mundo que jamás lograría entender, y lo que en un principio era algo pasajero, se convirtió en mi fantasía sexual. Me veía teniendo sexo con hombres, es más, lo deseaba, lo necesitaba y me parecía muy fácil hacerlo. Sin embargo, no me veía enamorado de uno. Era sólo sexo, el amor lo dejaba en el campo de las chicas. Así que así estaba yo ese verano, hecho un lío sin saber qué me gustaba o qué quería. Por eso necesitaba aquellos días solos para pensar por mí mismo y decidir qué era lo que yo quería. Sin embargo, mis planes se iban a truncar.
Unos días antes de que mis padres se fueran, recibimos una llamada telefónica. Era Julián, uno de los mejores amigos de mi padre que vivía en Estados Unidos y al que yo no veía desde que era pequeño. Venía a España en viaje de negocios y necesitaba alojarse en algún sitio. Por eso había pensado en mi casa. Por supuesto, su viaje eran exactamente las dos semanas que mis padres iban a estar fuera y mi padre le dijo que no había ningún problema, que yo me quedaba en casa y que podía hacer uso de ella el tiempo que quisiera. Es más, jocosamente le comentó que así se encargaría de que yo no hiciese locuras y que así me cuidaría. No sabía mi padre lo bien que me iba a cuidar su mejor amigo.
Pasó el tiempo y mis padres se fueron. Por lo tanto, llegó ese mismo día el momento en que Julián iba a aparecer en mi vida. Era un día de Julio con un calor asfixiante de esos que sólo se conocen donde yo vivo y el aire acondicionado no funcionaba. yo llevaba unos shorts color azul marino y una camiseta desteñida sin mangas que revelaban mi talante aburrido ante la perspectiva de quedarme en casa para recibir a Julián y hacer de anfitrión durante dos semanas sin poder pensar en mí mismo. A las cuatro en punto de la tarde, mientras echaba una cabezadita en el sillón, llamaron al timbre de forma constante, al mismo tiempo, escuchaba cómo unos nudillos divertidos golpeaban la puerta con ritmo. Abrí la puerta y lo que vi me dejó sin respiración.
Delante de mí estaba un hombre de cuarenta años con la piel un tanto bronceada por el sol. Sus ojos grises me miraban a través del humo que echaba el cigarrillo que tenía en sus labios carnosos mientras estaba apoyado con su brazo derecho en el quicio de la puerta en una actitud liberal y su mano izquierda acariciaba su mejilla cubierta por una leve barba de tres días que no ocultaba alguna que otra cana. Su pelo moreno se volvía gris a medida que se acercaba a las patillas y los hoyuelos que aparecieron en su cara al sonreír me quedaron sin respiración, llevaba un traje de sastre color gris marengo y una corbata a medio atar color azul marino sobre una camisa casi desabrochada dejaba entrever su fina cadena de oro y una pequeña mata de pelo muy rizado que llegaba hasta la parte superior de sus pectorales bien formados. Realmente no me acordaba de que Julián fuese así.
Con un acento en perfecto español que en absoulto hacía imaginar que había pasado los últimos quince años en un país anglosajón, me dijo :"Tú debes de ser el hijo de Pablo, ¿me equivoco?" y me tendió la mano al tiempo que con un paso ligero y despreocupado entraba en la casa mientras arrastraba su maleta con ruedas. Su seguridad aplastante me quedó de piedra. Nunca me había sentido así con un hombre, con ellos tenía mucha facilidad de palabra y actuación porque me sentía similar, pero con Julián en ese momento fue diferente. De alguna manera, representaba todo lo que yo no era. Sin esperar a que le invitase a entrar, Julián atravesó el pasillo y me preguntó dónde estaba su habitación. Sin saber exactamente por qué, ya que no era esa la que le habían preparado, le dije que era la que estaba frente a mi habitación. Dejó las cosas en el suelo y se encaminó hacia la sala de estar mientras comentaba que mi casa había cambiado mucho pero que la esencia se mantenía. Era tan elegante en su forma de andar, de mover los brazos, de fumar que no podía dejar de mirarle extasiado. Se sentó a la mesa y me indicó que me sentara con él. Al poco rato, me encontré tan a gusto en su compañía que comencé a sentirme yo mismo. Julián no paraba de hablar y de hacerme preguntas, parecía realmente intrigado por mi vida y yo estaba realmente interesado en la suya. No sólo en su vida, sino en su forma de contarla, en su forma de mover la boca, en cómo se humedecía los labios, en cómo a veces ponía su mano sobre mi hombro para hacerme una confidencia. No me dí cuenta hasta ese momento, pero bajo mis pequeños shorts había una erección de caballo y yo no estaba haciendo nada para disimularlo. Hasta el momento en que vi que furtivamente miraba a mi entrepierna dejando escapar una sonrisa enigmática.
En ese momento traté de cubrirme como pude aunque, en el fondo, quería enseñárselo todo, quería que me admirara, que me deseara, que me enseñase, que me descubriera cosas que ni yo mismo sabía que existían. Y en cierto modo lo hizo, porque me ofreció un cigarrillo. Jamás había fumado, ni me lo había planteado, pero aquella vez fue diferente. Me apetecía tener algo en mi boca que dominar. Podía hasta imaginarme que era la polla de Julián, y acabaría estando a mi antojo. En un principio me negué, tantos años de negación no iban a irse en un momento, pero él me insistió diciendo que era descortés dejarle fumando solo mientras yo miraba y que él me enseñaría si yo quería. Aquello me convenció y me excitó todavía más. Asentí tímidamente. Sonrió y dejó su dentadura perfectamente blanca a la vista mientras sacaba un cigarrillo sin dejar de mirarme, como si estuviésemos haciendo algo prohibido. Se humedeció los labios lentamente con una parsimonia que me volvía loco y se introdujo el cigarrillo entre sus labios rosados. Encendió su mechero de gasolina con un sonido seco y cerrando los ojos aspiró con fuerza mientras su cigarrillo se encendía. Se quedó así un segundo, disfrutando de su sabor, se notaba que disfrutaba con el placer del cigarrillo, mientras yo disfrutaba del aroma a tabaco y sudor de hombre que había en el ambiente tan cargado por el calor de aquella tarde de verano. Abrió los ojos y me pidió que me acercase, yo no sabía cómo hacerlo para ocultar mi excitación pero acerqué mi sillón al suyo. Me pidió que me humedeciese los labios y al momento sacó el cigarrillo de su boca y lo puso en la mía muy lentamente. Me dijo que aspirase como si estuviese tragando y sin siquiera notar el humo bajar por mi garganta, estaba fumando. Ni una tos, ni un ojo enrojecido. Simplemente era un sabor. Un sabor tan masculino que me daba miedo sentirlo tan dentro de mí. Él se encendió otro y me dio la enhorabuena por hacerlo tan bien, mientras me moría de deseo y de placer.
Me sentía orgulloso de mí mismo y quería deleitarle más, demostrarle que podía hacer lo que él quisiera, quería que estuviese orgulloso de mí. En ese momento decidí que no estaba nada mal ser "el esclavo y servidor" de Julián en las dos semanas que estuviese en mi casa. Seguimos hablando y fumando y, sin darme cuenta, no sólo sabía más de él mismo, sino que también de mí mismo y de lo que sentía y quería. Resultaba que él estaba casado y que tenía una pequeña hija de un año de la que hablaba con adoración. Por momentos yo no sólo quería ser su esposa para darle todo el placer que un hombre como él necesitaba y que podía obtener de mí, sino que había veces que quería ser él mismo. La tarde se nos hizo encima y él me sugirió que necesitaba ducharse y afeitarse ya que, al día siguiente, tenía la cita de negocios más importante de su viaje. Así que le mostré dónde estaba el baño para que después cerrase la puerta tras de sí quedándome con la mayor excitación de mi vida. Me quedé ahí, parado, escuchando cómo abría el grifo y dejaba caer el agua sobre un cuerpo que yo deseaba ver más que nada.
Hacía calor, eso era innegable. Pero mi calor interior duplicaba todo el calor ambiental. Me miré y estaba sudando, temblando y con una erección inmensa. Fui consciente de mi erección y me acaricié el bulto que formaban mis shorts. Me estremecí de placer imaginando que él estaba dentro, en la ducha, sin tener ni idea de que yo estaba tocándome fuera pensando en él. ¿Seguro que no se había dado cuenta? Con la excitación había dejado de preocuparme por aquel bulto en mis pantalones y estaba seguro de que él me había visto. No me importaba. En ese momento no me importaba nada más que complacerle en lo que fuese.
Fui a hacer la cena como si fuese su sirviente y justo cuando la tenía sobre la mesa, me llamó pidiendo que le sacase la ropa que había sobre la cama, que se le había olvidado. Entré a trompicones en su cuarto por la impaciencia de saber qué era y encontré sobre la cama un pijama de seda a rayas azul marino y granate abrochado delante con un batín a juego. Cuando levanté todo lo que había, entre esa ropa cayó algo que hizo que volviese a empalmarme. Una tanga a juego con el pijama había estado escondido entre las telas. Era la primera vez que veía uno, y mucho menos de seda. Era tan elegante, tan masculino que imaginarme a Julián con aspecto de Yuppie triunfador me excitaba y me la ponía lo más dura que jamás había estado. Llamé a la puerta del baño y me abrió.
Era mejor de lo que jamás había imaginado. Tenía la piel con un color dorado precioso que brillaba todavía más por las gotas de agua que todavía tenía. Llevaba una minúscula toalla blanca alrededor de la cintura que le cubría hasta por encima de las rodillas y pude contemplarle mientras se afeitaba ya que me pidió que le hiciese compañía. Tenía un aspecto cómico con la cara a medio afeitar con espuma en una de las mejillas todavía mientras hacía malabares para no manchar el cigarrillo que estaba fumando mientras se afeitaba. Sus pezones, con una circunferencia bastante ancha y bastante morenos, estaban duros por el frescor de la ducha. Sus pelillos rizados cubrían todo el pecho pero simplemente el pecho, excepto por el caminillo que subía desde su pubis. No es que estuviese musculado, pero no había un ápice de grasa en su cuerpo, sin embargo, tenía los bíceps y los hombros con bastante forma e inmediatamente recordé que él y mi padre, cuando eran jóvenes, habían trabajado todos los veranos cargando y descargando cajas en camiones y supuse que era ahí donde su cuerpo se había formado. Yo le miraba divertido mientras se afeitaba como si fuese la cosa más natural del mundo mientras él me preguntaba que, teniendo 20 años, ya tenía que afeitarme a menudo que con qué lo hacía... Me encantaba que se interesase por esa parte de mi vida privada y yo no me cortaba respondiendo. La verdad es que para tener 20 años hacía tiempo que había dejado de lado el ser barbilampiño y tenía que afeitarme casi cada tres días. Tenía el cabello rubio ceniza y los ojos azules, pero mi barba era oscura haciéndome parecer mayor. Cuando terminó de afeitarse me quedé tan cortado porque se tenía que vestir que me fui del baño con la excusa de servir la cena y salí de allí arrepintiéndome de cada paso que daba porque no había cerrado la puerta y notaba cómo se ponía la ropa a mi espalda. Cuando salió del baño con el pelo mojado para atrás, su rostro recién afeitado acentuando sus canas en las sienes y patillas y sus labios carnosos, el pijama a medio abrochar por el calor, descalzo y con el batín de seda sobre los hombros sentí deseos de tirarme a sus brazos y dejar que me abrazase. Necesitaba sentirme deseado por él, que me tocase, que me hiciese descubrir todo, que me enseñase todo lo que tenía que saber, quería estar a su altura. Le deseaba más que nada. Y nada podía hacer. Él tenía cuarenta años y yo veinte. Además, era amigo de mi padre y no me podía arriesgar de esa manera.Cenamos y decidimos irnos a la cama.
Suelo dormir con la puerta cerrada, pero aquella noche, el pensar que Julián dormía enfrente de mí y que si saliese me vería durmiendo, me excitaba mucho. Decidí entonces dormir desnudo. No era novedad, pero sí hacerlo con la puerta abierta y con un hombre enfrente al que deseaba poseer con todas mis fuerzas. Estaba claro que, entre el calor y la excitación, era imposible dormir. Necesitaba descargar todo lo que había dentro de mi pija, pero el miedo a que me descubriese era más grande. Así iban pasando las horas y mi excitación no bajaba. Así que decidí que tenía que darme el placer de pajearme pensando en Julián. Susurré su nombre para escucharme a mí mismo y empecé a acariciarme el pecho. Mis dedos parecían eléctricos pasando suavemente por mis pezones mientras mi otra mano acariciaba mi, ya enorme, polla. Con lentitud, quería disfrutar del momento, comencé a estirar la piel y devolverla a su sitio con una parsimonia que me volvía loco. En mi mente se cruzaban imágenes de la tarde. Julián encendiendo un cigarrillo, Julián con una toalla, Julián pasándome su cigarrillo, el olor a tabaco y sudor, sus pezones endurecidos, su rostro a medio afeitar, su pecho cubierto por el pijama, su aroma al salir de la ducha, su sonrisa, él ante la puerta mirándome a través del humo, su mano sobre mi hombro para felicitarme por saber fumar. Abrí los ojos justo antes del orgasmo en un gesto inconsciente mientras mi mano se movía ràpidamente por mi falo empalmado que me daban ganas de mamar yo mismo. Un destello rojo me sobresaltó. Julián estaba en el descansillo entre mi cuarto y el suyo. Acababa de dar una calada a su cigarro y pude jurar que ese brillo se había reflejado en sus ojos, que me estaban mirando fijamente. Llevaba un vaso con cognac y tan sólo llevaba puesto aquel tanga rojo que tanto me excitaba. Esa visión, imaginada o no, hizo que me corriese como jamás lo había hecho gimiendo su nombre tan bajito como podía hacer. Las gotas de semen saltaron a mi pecho e incluso a mi cara. Mi mano no dejaba de masturbar mi polla mientras imaginaba a Julián observándome mientras me daba placer a mí mismo pensando en él. No dejaba de salir lefa a borbotones manchando todo mi pecho mientras con la otra mano me lo extendía como si fuese una crema y chupaba mis dedos manchados. Cuando volví a abrir los ojos, no había nadie.
Quizá lo hubiese imaginado, y ese pensamiento me calmó porque bajada la excitación y después de ser consciente de haber susurrado su nombre durante mi orgasmo, no quería que Julián se enterase de nada. Tranquilo ya, di media vuelta y por fin me dormí.
Cuando me levanté la mañana siguiente, bastante tarde casi a la hora de comer, Julián ya no estaba. Debía de estar trabajando en sus negocios y yo vi mi oportunidad. Entré en su cuarto y vi la cama deshecha, un cenicero lleno de colillas sobre la mesilla junto a un vaso en el que parecía haber habido una bebida alcohólica. Y en el suelo, junto a una serie de pañuelos de papel que parecían haber limpiado su polla de una paja nocturna (o eso es lo que yo deseaba) estaba la tanga de seda que llevaba la noche anterior. Aunque hubiese descargado por la noche, mi verga comenzó de nuevo a tener vida propia y deseaba llevarme esa tanga a la cara y aspirar el olor de su paquete. Me desnudé y me puse la tanga, busqué el pijama y también me lo puse. Me acosté en su cama, rodé por las sábanas sobre las que había posado su cuerpo, aproveché alguna de sus colillas. En esos momentos me sentía como él. Estaba muy excitado y quería hacerme una paja en su cama, para después pensar que él se acostaría donde yo me había corrido. Pero sonó el teléfono y me interrumpieron. Era él. Su negocio había salido redondo y me invitaba a comer a un restaurante bastante lujoso. Me dijo que me arreglase y que me esperaría tomando una cerveza cerca de mi casa. Íbamos a comer los dos solos en un restaurante. Me sentía especial por que se hubiese acordado de mí. Quería estar atractivo, quería sentirme atractivo. Así que me duché mientras imaginaba cómo le gustarían a él los hombres en el caso de que le gustasen. No tenía ni idea pero quería parecerme a él, así que engominé mi pelo y me puse una camisa de lino azul junto a unos pantalones cargo color camel. La pieza especial la constituían unos boxers ajustados de licra color azul marino que, por supuesto y para mi desgracia, él no vería pero que me hacían sentir muy sexual.
Comimos en un restaurante de lujo en el que estábamos solos y bebimos quizá demasiado vino ya que cuando volvimos a casa a eso de las tres de la tarde, yo estaba algo mareado. Nos sentamos en el sofá del salón a reposar ya que él también estaba algo mareado. Al poco rato, se levantó y como si hubiese vivido toda la vida en mi casa, fue directo al sitio donde mi padre guarda sus mejores botellas. Sacó una de las de mejor vino para ir a continuación al cajón donde mi padre guarda los cigarros habanos. Quedándose ahí un rato eligiendo, sacó uno de la longitud de una polla empalmada que tenía un gran grosor y enseñándomelo me dijo medio en un susurro: "Este vamos a fumárnoslo entre los dos, sigamos celebrando que voy a ganar millones, "Julián llevaba ese día un traje de sastre color veige clarito con una camisa blanca cuyos botones superiores estaban desabrochados por lo que junto a eso y el sudor debido al calor, se le transparentaba tanto la cadena de oro como sus pezones. No había dejado de mirar sus tetillas a través de la camisa durante toda la comida y, a duras penas yo había podido probar bocado, el único bocado que quería probar era su polla y estaba vedada. Volvió a colocarse en el sofá después de quitarse la americana y, para mi sorpresa, me pasó su brazo sobre el hombro colocándome de tal manera que estaba yo apoyado sobre su costado mientras me rodeaba con todo su brazo quedando su mano a la longitud suficiente para compartir el cigarro habano. No sé si era por efecto del alcohol o la excitación pero acurruqué mi cabeza sobre el ángulo que hace su pecho con su brazo apoyando mi nuca en su axila. Quería sentirle cerca y la demostración de cariño al pasarme el brazo por encima me hacía querer quedarme ahí para siempre. Me quedé medio adormecido y no me daba cuenta de que mientras Julián fumaba el habano, con la mano que tenía alrededor de mi cuello jugueteaba abrochando y desabrochándome los botones de la camisa, como si no se diese cuenta de lo que estaba haciendo. Yo sí me daba cuenta y sentía deseos de pedirle que me la desabrochara del todo. Me puso el habano en la boca una vez que se dio cuenta de que estaba medio despierto. Sonrió ante mi sorpresa pero mantuve el tipo. Había tenido el mejor maestro en el arte de fumar y quería demostrárselo. Además, me encantaba ese sabor tan macho, tan de hombre, me hacía sentir muy sexual y adulto. Sin embargo, esa sensación dio paso a un escalofrío placentero cuando noté que Julián se acercaba más a mí quedando su boca sobre mi oreja a punto de susurrarme algo al oído.
- Ayer te vi. No sólo te vi, sino que también te escuché susurrar mi nombre mientras te corrías. Me quedaste tan caliente que tuve que pajearme pensando en ti. Le miré a los ojos con miedo y placer a la vez y comencé a temblar por los nervios. En ese momento podría pasar cualquier cosa y yo estaba preparado. Sin embargo, de mi boca no salía ningún sonido. Así que volvió a hablar él.
- No tengas vergüenza. Me encantó verte desnudo, ardiente, frenético de deseo por mí... - mientras, seguía jugueteando con mi camisa y su voz parecía hipnotizarme. Hizo una pausa y me levantó la cara hasta ponerla frente a la suya
- Déjame verte otra vez. Mastúrbate delante de mí. Y sacando su lengua, la pasó lentamente por mis labios entreabiertos mientras tenía mi cara cogida con su mano por la barbilla. No supe qué hacer. Me quedé quieto, temblando de deseo. Era real y lo estaba viviendo. Pensé que podía correrme tan sólo con la sensación de su lengua sobre mis labios, pero me contuve. Sabía que lo mejor estaba por venir.
- Ven, déjame desnudarte - me dijo colocándome de pie frente a él. Lentamente desabrochaba cada botón de mi camisa disfrutando con cada trozo de piel nuevo que se veía. Cuando todos estaban desabrochados, acarició mi pecho. Sus manos se posaban en mis pectorales mientras bajaban lentamente a mis abdominales para después volver a subir y acariciarme los pezones. Me encantaba sentirme su juguete sexual y quería regalarle mi cuerpo, mi virginidad y todo lo que tenía. Pasó entonces a desabrochar el cinturón aprovechando para acariciarme el paquete. - Tienes una gran herramienta, ¿sabes? Estoy deseando verla en acción. Me desabrochó el pantalón y me lo bajó. Ahí estaba mi bóxer de licra y me sentía el tipo más atractivo y deseable del mundo, casi tanto como Julián. Este era mi momento si quería disfrutar. Me latía el corazón a cien por hora y quería abalanzarme sobre él y que me abrazase mientras me follaba. Notaba cómo mi culo se iba dilatando por sí solo mientras no podía apartar mi mirada de sus ojos y de su boca llena de deseo que todavía llevaba el habano. Me separé y le dije:- Si quieres verme, tendrás que regalarme algo. Ya sabes que te deseo, déjame verte en acción a mí también.
Julián sonrió como si llevase esperando que dijese eso desde que llegó. Se abrió de piernas y abrió sus brazos hasta apoyarlos en el respaldo del sofá. "Soy todo tuyo, hazme lo que quieras" me dijo a duras penas porque estaba fumando y jadeando. Cuando se abrió de piernas contemplé por primera vez la tienda de campaña que creaban sus pantalones de lino y deseé ver qué había debajo, me coloqué de rodillas entre sus piernas con la camisa abierta y en boxers y comencé a desabrocharle la camisa poco a poco, con los dientes. Era difícil, pero el hecho de sentir el calor de su cuerpo tan cerca me animaba a terminar la tarea. Poco a poco, iba arrancándole cada botón con la boca mientras iba apareciendo su pecho, su estómago, su ombligo. Hasta que su camisa estuvo por fin completamente desabrochada. Le miré a los ojos y le sonreí. No había dejado de acariciarme la cabeza mientras le desabrochaba la camisa y seguía fumando aquel habano cuyo olor me excitaba tanto. Abrí la boca y le pedí una calada. Se inclinó ante mí y me puso una mano en el hombro mientras con la otra posaba el habano en mis labios y me daba un suave beso en la mejilla. Volvió a quitarme el habano después de que yo expulsase el humo sobre su paquete. Era mi momento, quería palpar aquel bulto sobre los pantalones. Un bulto que quería sentir por todo mi cuerpo y, sobre todo, saborear hasta su último jugo, rodeé aquella piedra cubierta de lino con la mano haciendo que Julián soltase un gemido de placer y cerrara los ojos. La apreté casi con fuerza en mi mano para sentir su forma, después comencé a acariciarlo con la mano derecha mientras con la otra le acariciaba el estómago. En un gesto inconsciente, acerqué mi cara a su paquete y lo besé muchas veces, en pequeños besos que humedecían el pantalón, unido a los jugos que aquella polla expulsaba ante mis manoseos. Le miré y mis manos se desplazaban por su estómago, por su pecho. Le cosquilleaba cada rincón que sus músculos creaban. Sus pezones iban endureciéndose por momentos y, de vez en cuando, soltaba algún gemido tras expulsar el humo del habano. Mientras, el me acariciaba la cabeza, me cosquilleaba el cuello y yo creía que me iba a morir de excitación cada vez que me tocaba y sentía un escalofrío.
En un gesto brusco se levantó y me retiró la camisa dejándola caer suavemente sobre mis hombros. Me miró a los ojos. Poco a poco iba acercando su cara a la mía. Iba a besarme. Sus labios calientes se posaron sobre los míos y abrí la boca para recoger su lengua. La introdujo en mí y la acariciaba con la mía. Su boca sabía a vino, a tabaco y a un extraño sabor que me empalmaba cada vez más. Era su sabor. Sabor a hombre. Sus manos me apretaban con firmeza los hombros, mientras mis manos recorrían la línea de sus pantalones acariciando por encima la abertura de su culo prieto. Notaba cómo su polla empalmada rozaba la mía y me movía para acariciarla. Mientras tanto, mis labios saboreaban los suyos. él me mordisqueaba y yo también a él. Cuando terminamos de besarnos, un hilo de saliva surgía de ambas bocas. Nos miramos a los ojos y me sonrío mientras me bajaba los boxers y me tumbaba el sofá mientras me tendía lo que quedaba de habano. "Toma, fúmatelo mientras te hago la mejor mamada que vayas a experimentar en tu vida".
Me desnudó por completo y comenzó a acariciarme el cuerpo. Primero los pezones, sus yemas de los dedos cosquilleaban mi pecho y me producían escalofríos. Después pasó al estómago y de ahí a mis piernas, el contacto de sus dedos con los pelos de mis piernas producía que se me pusiese la piel de gallina. Yo le miraba, me encantaba mirarle mientras me hacía morir de placer. Entonces, sus manos se dirigieron a la única parte de mi cuerpo que todavía no había tocado y que le llamaba a voces. En ese momento yo era mi polla, para mí no existía nada más. Solté un gemido sólo de pensarlo, primero acarició mis ingles y la zona debajo de los huevos, casi rozando mi culo. El muy cabrón sabía lo que me gustaba. Él me miraba mientras acercaba sus labios a mi capullo. Después, con sus dedos, cosquilleó mi polla, empezó por los huevos, los masajeaba suavemente, después, acarició el falo. Subía y bajaba lentamente mi prepucio masturbándome con la mayor suavidad posible. "Te gusta, eh?". Su sonrisa seductora mientras me hacía disfrutar era más de lo que podía soportar, pero no podía correrme todavía. Le lancé un suspiro de afirmación mientras mis manos revolvían su pelo. Me moví. No quería correrme aún. Y le senté a él. "Todavía no te he visto desnudo y creo que me lo debes". Sonrió y miró a su paquete cubierto por el pantalón. "Hazlo". Le bajé la cremallera mientas él aprovechaba para besarme todo el cuello y los hombros y acariciarme el pecho. Le quite a duras penas el pantalón y le bajé la tanga (que era negro) mientras le decía: "me gusta tu ropa interior". Quedó también desnudo mostrándome su tiesa y grande verga. Se la sujetó mientras me pasaba el habano y me dijo : "te gusta?" Desnudo era como un Dios.
El caminillo de vello que subía hasta su pecho a través de su ombligo y estómago comenzaba en sus ingles, era un pelo rizado color castaño oscuro y cubría gran parte de su polla. No importaba, porque era tan grande que aun cubierta por el pelo, parecía enorme. Era de color oscura, igual que su piel, y parecía que había estado tomando el sol desnudo porque todo su cuerpo tenía el mismo tono dorado, incluso sus ingles. Su capullo se veía a través del prepucio y un hilillo de líquido viscoso salía de él. En mi boca sentí un sabor que no había sentido jamás y tuve la necesidad de saborearlo. En un arrebato, se la cogí y comencé a mamársela como jamás hubiera pensado que lo haría. Sus gemidos de placer me excitaban cada vez más. Su sabor era salado y cada vez me gustaba más. Primero palpé con mi lengua todo el perímetro de su polla haciendo que su capullo saliese al exterior. Después, masturbándole tan suavemente como él me lo había hecho a mí, introduje toda su polla en mi boca haciendo que exhalase el mayor gemido que yo había oído nunca. Eso me llenó de satisfacción y de más excitación y deseo. Mi cara subía y bajaba por su pubis mientras mi lengua rodeaba y acariciaba todo su capullo. Sabía que le gustaba porque a mí me estaba encantando su polla. La quería, quería que fuese mía. La quería dentro de mí. Soltó un gemido y se movío, dejando el habano, que había estado fumando mientras yo le mamaba la polla, me movió y se colocó de modo que él también me la pudiera mamar.
No podía creerlo, estaba perdiendo mi virginidad con un amigo de mi padre!! el pensar en ello me excitaba cada vez más. Nos quedamos así mucho rato. Me encantaba que ambos nos estuviésemos dando placer a la vez. No podía verle la cara, pero sólo imaginarle sorbiendo mi polla, tragándose cada jugo que yo expulsaba, me encantaba. Me encantaba tenerlo encima de mí. Con su pecho acariciando el mío, con sus manos acariciando mi culo. Aquello era mejor que el paraíso. Cuando pensé que iba a correrme, me dejó.
Me puso a cuatro patas y me preguntó "¿Estás seguro de que quieres que te lo haga?" Afirmé con un movimiento de cabeza y el me acarició la espalda mientras me decía. "Tranquilo, tendré cuidado. No te dolerá en absoluto". Su lengua entonces comenzó a introducirse por mi culo. era una sensación que jamás había sentido y me encantaba. Quería que entrase más adentro. Sin que yo me diera cuenta, mi culo se iba dilatando de deseo por su polla. Cuando Julián pensó que era suficiente se colocó detrás de mí y me acarició la espalda para indicarme que era el momento. Poco a poco, iba introduciendo su grande verga en mi culo. Dolía, pero no me importaba, quería hacer ese sacrificio por él porque quería darle todo el placer que hubiese en mi cuerpo. Quería que se corriese por mí, en mí. Suavemente, iba empujando y con una mano me pellizcaba los pezones mientras que con la otra iba masturbándome al mismo ritmo con que metía su polla. Después, me dio la vuelta y pude contemplar su cara. Sus ojos estaban hinchados de deseo, tan hinchados como mi polla en su mano. Pero lo más sorprendente es que noté que su polla crecía hasta límites insospechados dentro de mí. Gemí como nunca lo había hecho y él comenzó a embestirme fuertemente. "Sé que quizá te duela, pero somos hombres y hay que follar como hombres, déjate llevar por mí y disfruta. Quiero ver tu cara de placer".
Aquellas palabras hicieron que el dolor desapareciera y me sumergí al placer. "Julián, fóllame!"! fóllame como sólo tú puedes hacerme". Comenzó a embestirme de nuevo, una y otra vez notaba cómo su polla se movía dentro de mi culo, con fuerza. Sus músculos estaban hinchados, al igual que la vena en su pecho. Pero me miraba de forma dulce, unida al deseo. Mientras, me masturbaba con fuerza. Me encantaba que me diera placer, que él se encargase de todo y que yo sólo tuviera que dejarme llevar. No supe el tiempo que había pasado, pero un gemido de Julián, más fuerte que todos los demás, me sobresaltó. Se movió y salió de mí para poner su polla en mi boca. Era el momento, se iba a correr. Moví mi cabeza y me la introduje mientras le volvía a hacer una mamada. "Follas mejor que tu padre, cabrón!" me dijo entre suspiros y gemidos. Él ayudaba a mi mamada a través de empujones, quería fuerza, quería que se la mamase con fuerza. Como un hombre. Me movía cada vez más rápido y mis succiones eran más profundas. De pronto, sentí algo todavía más cálido en mi boca, con un sabor entre salado y agridulce. Su lefa venía a mí. Se la succioné haciéndole lanzar gemidos, hasta gritos y cuando acabó de hacerlo le besé con toda su lefa en mi boca. Quería compartirla con él. Sin embargo, nuestro beso duró poco porque me tumbó en el sofá y volvió a mi polla.
Quería darme de mi propia medicina porque también me succionaba fuertemente, como yo lo había hecho. No pude aguantar más. Me corrí. Me corrí junto al grito más grande y más deseado de mi vida y lancé más leche que nunca dentro de su boca. Pero también la iba a compartir con él. Me besó con mi leche en su boca y así sellamos un pacto de sexo que duró en esas dos semanas.
Después de compartir un cigarrillo, nos quedamos dormidos, abrazados y desnudos durante toda la tarde, tan sólo para que llegase la noche y me dejase penetrarle a él.
Julián me enseñó en aquellas dos semanas todo lo que necesitaba saber sobre el sexo. Jamás volví a tener miedo de las mujeres después de haber sido deseado por un hombre como Julián. He follado mucho después de eso, hombres, mujeres, hombres y mujeres... Y todo se lo debo a Julián.
Él fue quien me desvirgó, quien me quitó mis miedos. Todavía me masturbo pensando en él, junto a uno de los regalos que me hizo: aquella tanga color del vino.

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