miércoles, 4 de mayo de 2011

VIAJE DE NEGOCIOS

Para ser un comerciante, Ismael había logrado reunir una considerable fortuna. Desde muy joven había traficado con cuanta mercancía llegaba a sus manos, y fue de los primeros en embarcarse en la temeraria ruta de la seda, bordeando la costa de África durante travesías que duraban meses. Su familia estaba acostumbrada a verlo partir esperando por su regreso a veces hasta por años.
Precisamente en esas largas travesías marítimas es que Ismael se aficionó a ciertas costumbres que en tierra firme estaban muy mal vistas. La tripulación de los buques era exclusivamente masculina, y las largas jornadas solo lograban superarse con un buen abasto de vino, lo que generalmente terminaba excitando los ánimos de los rudos marineros.
La primera vez que ocurrió, Ismael apenas contaba con 24 años. Recién se había casado, y habiendo probado las dulces mieles del lecho conyugal, le había sido casi imposible separarse de los blancos muslos de su flamante esposa. Únicamente porque su señor padre se lo había casi ordenado, Ismael se embarcó en aquel viaje con destino al lejano Oriente, con la consigna de adquirir las sedas, especias y demás artículos que solo aquellas exóticas tierras producían.
Los primeros días, Ismael solo podía pensar en su hermosa mujer, y más de una noche se despertó bañado en sudor y con una de esas erecciones que parecían doler de tan intensas. El pequeño camarote le parecía entonces una cárcel, donde sus ardores solo parecían exacerbarse. Se levantaba entonces y salía a refrescarse a cubierta, donde el fresco aire marítimo calmaba un poco su calor.
Una de esas noches, escuchó unos gemidos, inequívocamente de carácter sexual. Ismael se paró en seco. No tenía la intención de inmiscuirse, pero la curiosidad, mezclada con el deseo sexual reprimido por tantos días, le hizo acercarse sigilosamente al sitio de donde provenían los incitantes sonidos.
Detrás de unos bultos y rollos de cuerda, en un pequeño y alejado rincón, dos cuerpos se retorcían en medio de la noche. Ismael se acercó sigiloso. Las peludas pantorrillas de un hombre asomaban fuera del precario escondite, y al acercarse un poco más, Ismael pudo ver aparecer sus muslos y su trasero, que vigorosamente se impulsaba sobre alguien más. Rodeó un par de sacos y justo al otro lado, obtuvo una mejor perspectiva. Se quedó helado al ver la escena. Bajo el rollizo y peludo cuerpo del marinero, se retorcía un jovencito rubio, de no más de diecisiete años, y que Ismael reconoció como el hijo de otro de los comerciantes que también viajaba en aquel barco. En vez de alejarse, como fue su primera intención, Ismael permaneció en las sombras, seducido por el inusual espectáculo.
El joven estaba en cuatro patas, dándole la espalda al fornido marinero. Con la grupa alzada, sus blancas y pequeñas nalgas se ofrecían al ataque del enardecido marino. Este, como de 40 años, o algo así, le metía la verga en el ano hasta hacerla desaparecer por completo, y solo sus peludas bolas colgaban fuera, rebotando entre los blancos muslos del muchacho. Lejos de sentirse asqueado, Ismael descubrió que su propia verga se había enderezado furiosamente. Se acarició el miembro sin perder de vista el lujurioso abrazo de los cuerpos, y se maravilló ante la capacidad del joven para darle cabida al grueso ariete del marinero. Se sintió de pronto tan excitado que de haberse tocado se hubiera venido con facilidad en cuestión de segundos, pero justo en ese momento sintió la presencia de otra persona a su lado y disimuló como pudo, acomodándose las ropas con precipitación tratando de evitar ser descubierto en tan vergonzosas circunstancias.
- No te preocupes, le susurró el visitante, apenas una sombra; yo solo quiero echar un vistazo.
Ismael se quedó de piedra. En la oscuridad no alcanzaba a distinguir de quien se trataba. La voz era baja y masculina, pero fuera de eso era poco lo que podía ver. Se acomodó a su costado, atisbando a la pareja que cogía ajena a su presencia.
- Menudo trozo de carne se esta tragando ese muchacho, comentó otra vez en un susurro.
Ismael no contestó. Su verga continuaba dura, pero no se atrevió a seguirse acariciando en presencia del otro.
- Que par de huevotes tiene ese marinero comentó, y al hacerlo se acercó tanto a Ismael que éste pudo sentir el calor que emanaba de su persona.
- Si, respondió Ismael, incapaz de alejarse, sin saber a ciencia cierta en lo que se estaba metiendo.
La pareja se despegó por unos instantes. El muchacho, sudoroso y blanco, asomó por un segundo, como queriendo tomar un poco de aire fresco. Ismael y su desconocido amigo se replegaron en las sombras, tratando de ocultarse. La espalda de Ismael topó contra el viejo mástil y el desconocido se apretujó, también de espaldas, contra él. Permanecieron quietos, mientras el desnudo marinero asomaba brevemente, permitiéndoles observar su moreno cuerpo velludo, con imponentes pectorales y un abultado vientre, debajo del cual, la descomunal verga parecía mirarlos con un ojo atento. Sin atrever a moverse, Ismael fue consciente que el trasero de su compañero le presionaba la entrepierna.
Deseó poder controlarse, pero tenía la verga tiesa, y la carne suave y mullida de aquellas nalgas sólo había logrado ponerla mas dura aun, y solo rogó para que el dueño del trasero no se diera cuenta de eso.
El marinero se acostó entonces boca arriba, jalando al muchacho hacia él. El rubio se montó sobre su panza peluda, y el hombre pronto le abrió las nalgas, buscándole el ojo del culo. Ismael miró atónito cómo el pequeño y rosado ano era abierto por la punta chata y gruesa del oscuro miembro, y como lograba desaparecer éste lentamente en su interior.
Solo entonces, con la pareja enfrascada en sus juegos nuevamente, Ismael y su desconocido amigo volvieron a moverse. Al separarse los cuerpos, fueron conscientes de su respectivo calor, e intimidado por su cercanía Ismael no supo que decir.
- Me llamo Javier, le confesó al oído el desconocido, y tienes una dura tranca entre las piernas, compañero, añadió, al tiempo que una mano desconocida le apretaba el sexo, confirmándolo.
Ismael no podía negarlo. Tampoco hizo nada por detener la mano exploradora, y la dejó seguir su camino mientras veía los vigorosos sentones del incansable rubio sobre el inflamado pito del marinero. Javier había logrado abrirle la bragueta, liberando su verga tiesa y dura.
- Tu verga no le pide nada a la del marinero, le confesó Javier, al tiempo que se arrodillaba entre sus piernas.
Era cierto. Ismael tenía un miembro de considerable grosor y longitud. Como era delgado, solía incluso parecer mayor de lo que era, pero a diferencia del marinero, no era velludo, con excepción de un hirsuto manchón de pelos en su pubis, que se esparcían hacía su abdomen en un poblado camino hasta el ombligo. Su pecho y brazos eran lampiños, y sus piernas también. Había otro sitio bastante peludo en su cuerpo, pero ese nadie lo había visto jamás. Aunque Javier pronto lo descubrió.
La boca de Javier se cerró sobre el grueso y resbaladizo glande, logrando arrancar un suspiro de placer al excitado Ismael. Las manos terminaron de bajarle el pantalón, y sintió de pronto el aire en sus nalgas desnudas. Javier le mamaba la verga y le acariciaba las nalgas, pequeñas y duras. Sus dedos pronto viajaron entre la raja que las separaba y encontraron su cálido secreto. Ismael tenía el culo bordeado de pelos, lo cual siempre le había causado molestias. A Javier, lejos de molestarle, pareció encantarle. Metió los dedos en la poblada maraña, y sin tomar en cuenta la incomodidad de Ismael, repasó el ojo de su culo con lentas y enloquecedoras caricias. Pronto, Ismael se olvidó de todo, incapaz de contener los temblores de placer que parecían recorrer su cuerpo descontroladamente.
Cuando Javier le dio vuelta, no se resistió a apoyar la frente en la rugosa madera del mástil, permitiendo que sus piernas fueran abiertas y sus nalgas separadas. La lengua de Javier, húmeda y caliente, reptó entre sus muslos y la parte baja de sus nalgas. Cuando llegó a su ano, una descarga de sensaciones le hizo abrazarse al mástil, incapaz de resistir, y el íntimo beso de aquel desconocido le sumió en paroxismos de placer. Comenzó a masturbarse sin poderse contener, mientras Javier le lamía el culo, metiendo la boca, la nariz, el rostro entero entre los castaños rizos de su culo. El semen brotó vigoroso, bañando el mástil, y al sentirlo, Javier se apresuró a meterse su miembro en la boca nuevamente, degustando los últimos chorros de su líquido placer.
Al terminar, Javier se puso de pie, con la verga en la mano, masturbándose frenéticamente. Ismael, a su lado, estiró una mano hasta su pene, y Javier lo soltó para que él pudiera tomarlo. Ismael continuó el trabajo, maravillado al descubrir lo bien que se sentía tener aquella verga caliente y dura en su mano. Con la mano libre, le acarició las nalgas, y sin pensarlo, le metió uno de los dedos entre la raja de sus nalgas. Javier suspiró de placer, e Ismael probó a meterle un dedo en el culo. Javier le dejó hacerlo, mientras ya le llegaban los albores del clímax. Pronto, el semen de Javier se unió al de Ismael, bañando nuevamente el mástil, ahora húmedo y viscoso.
Los gemidos de la pareja les indicaron que también ellos estaban próximos a terminar, y temiendo ser descubiertos se alejaron al tiempo que recomponían sus ropas, tan aprisa, que ni siquiera alcanzaron a despedirse.
En su camarote, Ismael tuvo mucho tiempo para pensar en lo sucedido. La mañana lo sorprendió sintiéndose culpable, y pasó varios días evitando salir a cubierta, temeroso de encontrarse a plena luz del día con Javier, o incluso con el rubio y el marinero, a pesar de que éstos ni siquiera habían notado su presencia.
Cuando finalmente se decidió a salir, lo hizo disfrazado de tal forma que aunque se hubiera topado con cualquiera de ellos hubiera sido prácticamente imposible que lo reconocieran. De cualquier forma, un día, mientras compartía la mesa con el Capitán y algunas otras personas, sucedió lo inesperado. Uno de los jóvenes de la tripulación que acarreaba comida a las mesas se acercó con una bandeja de pan. Mientras Ismael tomaba una porción, el joven, inclinado sobre la mesa metió la mano entre sus piernas y le dio un cariñoso apretón a su entrepierna. Ismael palideció, mientras el joven, de tez morena y atractivo rostro, le guiñaba un ojo. Ismael comprendió que se trataba de Javier, y disimuló su turbación, e inmediata erección, lo mejor que pudo. Se disculpó en cuanto Javier se retiró, y se encerró en su camarote, decidido a no volver a salir hasta que el barco llegara a su destino.
Su sacrificio solo logró enfermarlo. Ismael empezó a sentirse debilitado, a sufrir temblores y malestares, hasta que finalmente cayó fulminado por la fiebre. Se le dio aviso al Capitán, quien solicitó un voluntario para cuidarlo, al menos, hasta que la fiebre remitiera. Javier aceptó inmediatamente el engorroso encargo.
Ismael no supo cuanto tiempo pasó en aquellas circunstancias. Tenía breves momentos de lucidez, en los cuales el atractivo rostro de Javier parecía gravitar como en un sueño. El joven le mojaba la frente con un paño húmedo, le cambiaba las sábanas y le daba pequeños sorbos de agua. Ismael se recuperó rápidamente.
- Bueno, le informó Javier al verlo despertar, parece que ya estas mucho mejor.
- Todavía me siento muy débil, se quejó el enfermo.
- Pues acá abajo las cosas están muy bien, le informó Javier, señalando el notorio bulto que elevaba la sábana como una tienda de circo.
Ismael se sintió avergonzado. Por el contrario, Javier estaba encantado con aquella notable muestra de buena salud. Le acarició el bulto, logrando que se encabritara aun más con sus caricias. Finalmente deslizó la sábana que le cubría y al hacerlo Ismael se dio cuenta de que estaba completamente desnudo.
- Por favor, rogó Ismael, no quiero nada contigo, déjame en paz.
- No te creo, contestó cínicamente Javier mientras le sobaba su gordo miembro, que pareció hincharse un poco más con sus toqueteos.
- Te digo que me dejes, insistió. Me siento débil y sin fuerzas.
- No te preocupes, yo me encargaré de hacer todo el trabajo, replicó Javier, bajando el rostro hasta rozar sus mejillas contra la sensible piel del glande.
- Que te largues!, puto de mierda, explotó Ismael, que no te das cuenta de que yo no soy como tú?  le gritó colérico.
El hermoso rostro de Javier se contrajo en un amargo rictus, mientras soltaba el miembro que segundos antes acariciara con tanto esmero. Se le quedó mirando en silencio. Sus ojos rezumaban ira y decepción. Se dio la media vuelta dispuesto a salir del pequeño y asfixiante camarote. Ya en la puerta, se volvió.
- Sabes?, tienes razón. No eres como yo, le escupió, pero puedo hacer algo para convertirte.
Se aproximó a la cama y tomó a Ismael por los brazos, obligándolo a incorporarse. Con facilidad, le dio la vuelta, acostándolo boca abajo. Le separó las piernas, al tiempo que se abría la bragueta y deslizaba sus pantalones y ropa interior hasta los muslos. Ismael comprendió sus intenciones, y trató de repeler el ataque. Los largos días de convalecencia le habían debilitado hasta el extremo de no tener las fuerzas para luchar contra Javier, que además de todo contaba con la fuerza de su enojo para imponerse.
Ismael lo sintió acomodarse entre sus piernas abiertas y se empeñó en defenderse, lo cual resultó infructuoso, pues pronto notó la caliente punta de una verga hurgando entre sus nalgas, separadas e indefensas.
- Por favor, Javier, le imploró, no lo hagas...
Sus palabras quedaron inconclusas, pues al primer empujón, violento y decidido, la verga de Javier lo penetró. Ismael gimió con la dolorosa intromisión, y mientras su cuerpo apenas digería el dolor desgarrante de la penetración, el miembro continuó implacable, abriéndole el culo de par en par.
Los resoplidos de Javier llenaron la habitación, mientras Ismael aguantaba sus acometidas, sumido en una mezcla de fiebre y desesperación.
- Tu pequeño culo peludo es una delicia, le comentó el violador entre una y otra acometida.
Ismael se sintió arder, no sabía si por la fiebre o por la sensación de tener aquel cuerpo, pulsante y caliente, dentro de su culo.
- Mueve las nalgas, putito, le ordenó Javier, y sin saber porqué Ismael le obedeció.
Sus caderas se movieron al compás de sus embates. Le salían al paso. Le acompañaban, y pronto, casi sin darse cuenta, cooperaban con su violento ataque.
- Eso es, muévete, le urgía el otro, cómetela toda, que sé que te encanta.
Ismael, sin haberse tocado siquiera, empezó a sentir los inconfundibles estertores de una abundante venida, mientras el macho que lo montaba comenzaba el espiral de su propio orgasmo.
- Tu culo, mmmm, gemía es mío....., peludo.... lo siento apretarme......, me vengo!!!!!
Sobre la espalda de Ismael, exhausto y satisfecho, Javier se relajó. Su verga aun pulsaba dentro del culo de Ismael, y el semen comenzó a escurrirle lentamente entre sus piernas.
- Ahora eres como yo, le susurró al oído, y sin más palabras, se vistió y se marchó.
Algunos días después, Ismael pudo reponerse por completo y salir a cubierta. Descubrió al joven rubio platicando con dos marineros diferentes, que disimuladamente le toqueteaban las nalgas. En medio del mar, lejos de su casa y su familia, comprendió que las cosas eran muy distintas. Decidió que a partir de ese momento nada de lo que sucediera en aquel apartado mundo podía realmente cambiar su esencia, y reconciliado con esa idea, se acercó al comedor en busca de Javier.
No le costó trabajo encontrarlo, y mucho menos aún disculparse por la forma tan grosera en que lo había tratado, convenciéndole de que lo visitara en el camarote en cuanto tuviera oportunidad. Esa misa noche Javier se presentó, y con paciencia, le mostró a Ismael lo que podrían hacerse uno al otro con las manos, las bocas y el resto de sus cuerpos.
La travesía se hizo mucho más llevadera a partir de aquel momento, y para cuando se dio cuenta, estaban ya en el Golfo de Bengala, a punto de llegar a Madrás. La despedida fue rápida, y como buenos amigos, prometieron estar en contacto de algún modo.
Ismael se concentró entonces en los negocios. Compró, regateó, hizo trueques y arreglos hasta conseguir casi todo aquello por lo que había viajado tan lejos. Todo, excepto una cosa. El escaso y valiosísimo azafrán. En el pasado, el comercio del amarillo y aromático producto le había reportado enormes ganancias a toda su familia, y no podría regresar esta vez sin haberlo conseguido. Le informaron que tierra adentro, camino a Bangalore tendría mejores posibilidades de conseguirlo, y, tras poner a buen recaudo sus compras y pertenencias, emprendió el viaje.
La búsqueda resultó infructuosa. Al parecer la producción de aquel año había sido escasa y la demanda había sido mucho mayor. Después de mucho indagar, Ismael descubrió que había un hombre, un acaudalado y poderoso pashá, que se había asegurado una buena cantidad del escaso azafrán, seguramente con la finalidad de sacarle buen provecho, y decidido, Ismael enfiló hasta su conocido y suntuoso palacio.
Solicitó una audiencia nada más al llegar, pero para su sorpresa, no era el único interesado en verle. Como extranjero, le era doblemente difícil conseguir ser recibido, por lo que sobornó a uno de los sirvientes tratando de influir en el orden de las visitas. Finalmente lo condujeron a través de largos y sinuosos pasillos ante la presencia del destacado personaje.
El hombre tendría unos 40 o 45 años. En medio de un espacioso salón, rodeado de cojines, intrincados tapices y lujosos adornos, todo indicaba que Rashid era sin duda un hombre rico y poderoso. Vestido con una suntuosa túnica y un elaborado y enjoyado turbante, le invitó a sentarse. Después de los rigurosos saludos y muestras de respeto, se le invitó a lavarse y les acercaron algo de comer. Conforme a las costumbres, Ismael no tocó el tema de los negocios hasta después de haber compartido el pan y la sal. Sólo entonces, mientras descansaban el paladar con un fresco sorbete de lima, se animó Ismael a exponer el motivo de su visita.
Conforme Ismael hablaba, Rashid le miraba atusándose la negra barba. Sus ojillos negros parecían medir al joven extranjero, y la oferta inicial ofrecida por Ismael sólo causó una hilarante carcajada en el astuto y experimentado pashá.
- Lo siento, mi amigo, le informó, pero su ridícula propuesta me ha hecho reír.
- Lo sé, señor, pero entienda usted mi posición, se explicó el otro. He viajado desde muy lejos y debo considerar mis demás gastos a la hora de comprar.
- Puede ser, acotó el pashá pero sabe algo? Tengo riquezas de sobra. No me interesa el negocio.
Hizo ademán de que levantarse, mientras Ismael sopesaba rápidamente sus opciones.
- Le doblo la propuesta, le dijo rápidamente, calculando mentalmente la cifra y la merma de su ganancia.
El pashá negó tranquilamente con la cabeza.
- Tal vez le interese algún trueque, intentó Ismael.
Un atisbo de interés pasó fugaz por los ojillos oscuros. Ismael aprovechó la ventaja.
- Tengo muchas mercancías que podrían interesarle, le tentó.
- Muéstremelas, fue su seca respuesta.
- No las traigo conmigo ahora, explicó, pero puedo volver en unos cuantos días.
- Olvídelo, amigo, el negocio se hace ahora, o no se hace. De que dispone en este momento?
Ismael se sintió derrotado.
- Sólo dinero, que por lo visto no le interesa, le informó. Es todo de lo que dispongo en este momento.
- Se equivoca, fue su enigmática respuesta. Dispone de... usted mismo, terminó.
Ismael no entendió sus palabras. Aquellos ojos negros parecían taladrarlo con su mirada. Lentamente, la mirada de Rashid resbaló sobre su cuerpo, mientras la lengua roja del pashá asomaba entre sus labios y relamía su espeso bigote.
La luz del entendimiento afloró en Ismael. No lo podía creer. Aquel hombre, rico y poderoso, pretendía hacer un trueque carnal. Jamás lo hubiera imaginado. Aun no lograba salir de su asombro, cuando el pashá llevó las enjoyadas manos hasta el ruedo de la lujosa túnica que vestía. Comenzó a levantarla, dejando asomar unos pies calzados con sandalias de piel, unas pantorrillas velludas y unos muslos gruesos y fuertes. La mirada de Ismael siguió el lento recorrido ascendente de la túnica, hasta ver aparecer un redondo y gordo par de testículos, colgando enormes y suaves entre los velludos muslos.
- ¿Hacemos el negocio?, preguntó el pashá en aquel momento.
Ismael asintió silenciosamente, ansioso por descubrir lo que aún no descubría la prenda. La mano continuó elevando los ropajes, y encima de los huevos, emergió el grueso y rugoso tronco de su miembro. Oscuro, hasta casi parecer negro, el pene del pashá parecía enorme. La bulbosa punta coronaba de forma majestuosa el hinchado miembro, que una vez descubierto en su totalidad parecía descansar sobre el vientre velludo y fuerte.
- Acércate, le ordenó el hombre, e Ismael obedeció.
De rodillas, gateó hasta sus muslos separados, que le esperaban con su gorda sorpresa en medio. Recordó la verga de Javier, pero ésta era completamente distinta. Besó la punta chata e hinchada, y cual si fuera una golosina, comenzó a lamerla.
- Eso es, le indicó el pashá, estás en camino de convencerme y conseguir tu azafrán.
Ismael se afanó en la mamada. El pito negro y pulsante fue acogido en su boca, besado, lamido, mamado y humedecido hasta la extenuación. El vigoroso pashá parecía tener el secreto de la eterna erección, pues no dio muestras de estar próximo a venirse en ningún momento. Por indicaciones suyas, Ismael le lamió también los huevos, mojando las gordas y suaves bolas hasta dejarlas húmedas con su saliva.
- De pie, le ordenó de repente, te quiero ver desnudo.
Ismael obedeció. Se quitó las ropas, revelando su cuerpo joven y blanco. El pashá le ordenó girarse, abrirse las nalgas y mostrarle el ojo del culo. Ismael lo hizo, consciente de lo mucho que disfrutaba con sus órdenes. Satisfecho con lo que veía, Rashid se acercó para tocarle culo. Uno de sus dedos probó la elasticidad de su ano, encontrándolo apretado.
- Si así me aprietas un dedo, no quiero imaginar como se sentirá mi verga en este pequeño túnel, le comentó viciosamente el excitado pashá.
Ismael tampoco quería pensarlo. Se sentía caliente y excitado, pero al mismo tiempo temeroso de las considerables proporciones del oscuro pene de Rashid.
- Vamos a averiguarlo, dijo de pronto decidido, y empinando a Ismael sobre los cojines se preparó para montarlo.
- Hazlo con cuidado, le rogó Ismael, aunque no estaba seguro de que Rashid tomara en cuenta su petición.
El hombre se despojó de la túnica. Tenía un cuerpo fuerte y ejercitado, aunque se veía a las claras que no era ningún jovencito. Entre sus piernas, el grueso miembro se bamboleó al acercarse, e Ismael hundió la cara en los almohadones, preguntándose si de verdad podría soportarlo.
A diferencia de Javier, que le había encasquetado la reata de un solo empellón, Rashid le paseó la gruesa cabeza entre las nalgas, deslizando su duro ariete una y otra vez, excitando los sentidos de Ismael. Muy a su pesar, comenzó a desear que le metiera la tranca de una buena vez, pero al parecer, el hombre no llevaba ninguna prisa. Sintió sus manos acariciando sus nalgas, su espalda, su cuello y luego bajar hasta su pecho, buscando sus tetillas y acariciándolas cuando las encontró. Ismael comenzó a sentir un calor desde dentro, y meneó las nalgas buscando la resbaladiza punta de aquel miembro que de pronto ansiaba sentir en su interior.
Finalmente Rashid apoyó la cabeza de su verga en su culo, e Ismael la sintió latir contra su apretado esfínter. Lentamente, empujando con suavidad y determinación, el glande se introdujo en su cuerpo. Ismael sintió una dolorosa punzada que se extendía desde el culo hacia adentro, extendiéndose como un rayo vigoroso y cálido. Pensó en el tronco grueso y oscuro, y casi al instante, la carne dura y tensa comenzó a traspasarlo. El dolor aumentó, haciéndose intolerable.
- Detente, le suplicó, no voy a poder aguantarlo. Es demasiado grande.
Rashid se detuvo por unos segundos.
- La oferta fue aceptada, le informó, y es hora de pagar el azafrán!
Arremetió con fuerza, clavándole el resto de su enorme verga. Ismael creyó partirse en dos. Desde su culo, una marejada de dolor se abrió paso hasta su mente. El peso de Rashid sobre su espalda parecía sepultarlo, y nada podía hacer contra aquel miembro clavado profundamente en su cuerpo. Con la resignación, le sobrevino el placer. Estaba a merced de Rashid, y eso, de algún modo le hizo abandonarse a él.
- Acéptalo, le susurró al oído es tuyo, gózalo, disfrútalo, le conminó.
El grueso pene comenzó a entrar y salir. Ismael terminó aceptando su intrusión, sin percatarse ya del dolor, del tiempo y del lujoso salón donde le sodomizaban. Su cuerpo se abrió al placer del momento, aceptando como suyo aquel trozo de carne que le abría las entrañas, le reclamaba como suyo y le llevaba a cimas de sensaciones insospechadas. La cogida se prolongó hasta que el extenuado Ismael parecía no poder más. Rashid, en perfecto control le dejó descansar un par de minutos. Ismael le vio recostarse sobre los ajados cojines, con una erección de campeonato, como si fuera un adolescente, sin perder ni un miligramo de dureza.
- ¿Listo para continuar? le urgió momentos después.
Ismael se recostó en los cojines y Rashid le elevó las piernas hasta hacerlas descansar en sus poderosos hombros. El culo de Ismael quedó abierto y disponible, y la verga reclamó como suyo el territorio, adentrándose en su cálido interior con renovado brío. Los huevos de Ismael se aplastaban bajo el considerable peso, y su verga, tan dura como la de Rashid evidenciaba su inagotable goce. Media hora después, de nuevo sudoroso y cansado, Ismael pedía un respiro. Esta vez Rashid lo acostó de lado, elevando una de sus piernas, y desde atrás, la incansable verga encontró el ahora conocido camino hasta su perforado agujero. Esta vez su verga resbaló como si nada, y pronto, Ismael sintió los vellos del pubis de Rashid acariciando sus nalgas.
Próximo al orgasmo, el poderoso hombre volteó a Ismael boca abajo. Allí le sentía más suyo, más vulnerable y más erótico, y se dedicó a clavarle como si fuera una mariposa, con el despatarrado Ismael debajo, recibiendo su enfurecida verga entre estertores de pasión que finalmente les llevaron al orgasmo.
Fue necesaria casi una hora para sentirse recuperado y con ánimo de ponerse de pie. Las piernas le temblaban, y Rashid, muy contento con su presencia le rogó que se quedara, como huésped especial y distinguido. Ismael aceptó. Al día siguiente, el satisfecho pashá cumplió su parte. El azafrán, perfectamente empaquetado para el viaje le esperaba sobre tres mulas obsequiadas también.
- Muy generoso de tu parte, observó Ismael al ver las mulas.
- Y no es el único regalo, añadió Rashid, entregándole un pequeño cofre de madera.
Intrigado, Ismael lo abrió, y aunque volviera a nacer, jamás hubiera logrado imaginar lo que contenía el cofre.
- Y esto? preguntó como un tonto al ver el extraño regalo.
- Es una réplica exacta, le explicó Rashid, la mandé a hacer con un famoso artesano. Está confeccionada con el más puro marfil. Espero que lo uses alguna vez y te acuerdes de mí.
Entre los pliegues de seda que recubrían el cofre, un enorme pene de marfil negro brilló al sol de la mañana.
- Ten por seguro que me acordaré de ti, agradeció Ismael, cerrando el cofre y poniéndolo con el resto del equipaje.
Apenas si pudo montar la mula, de tan adolorido que aun estaba, pero aguantó como pudo y llegó hasta el barco, donde todos se sorprendieron al verlo llegar con tal cantidad de azafrán. Nadie supo dónde y cómo lo había conseguido, pero se ganó el respeto de todos y fama de buen comerciante.
El regreso a casa fue lento y aburrido, aunque de vez en cuando y por no dejar, sacó el regalo de Rashid del perfumado cofre e hizo uso de él. No fue fácil, pero tampoco imposible. Al llegar con la familia todos festejaron su regreso, e Ismael pareció olvidar sus aventuras al estar en el seno de los suyos.
Dos años después, su mujer lo sorprendió mirando melancólicamente el mar.
- Creo que ya va siendo hora de partir, le informó, y ella no logró explicarse porque la perspectiva de alejarse por tantos meses lograba ponerle en la cara aquella mueca de innegable felicidad.
Es sólo por los negocios, pensaba Ismael, pero era algo que ni él mismo lograba creer.

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