domingo, 12 de junio de 2011

EN EL GYM

El otro día estaba en el gimnasio haciendo un poco de ejercicio. No es que me guste demasiado el ejercicio físico pero los tíos que van a él están demasiado buenos como para perdérselos. Estaba, como casi siempre vestido con un peto de lycra, de esos ajustadísimos al cuerpo. La parte del culotte apenas si me llegaba hasta el final de las nalgas, vamos, que por la parte delantera incluso se me escapa algún que otro pelillo púbico. Por debajo por supuesto no llevaba ningún tipo de ropa interior de forma que mi polla y mis huevos rozaban a cada movimiento con la frescura del pantaloncillo. Lo que me encantaba también era sentarme en los bancos de abdominales cuando los acababa de usar alguno de mis compañeros. Sentir el calor que instantes antes habían dejado con su culo me ponía cachondísimo. Por todo ello y por los fantásticos cuerpos del resto de los gimnastas me pasaba casi todo el tiempo de ejercicio con el paquete abultadísimo. Pero siempre procuraba colocarme el rabo hacia arriba de forma que no pareciese aquello una tienda de campaña.
Entre todos mis compañeros había uno que me gustaba especialmente: era Marcus. No es que fuese el conocido modelo pero estaba igual de bueno o incluso más. Este también vestía con unas mallas algo más cortas incluso que las mías ya que se le escapaban unos dos centímetros de nalga, e incluso se rumoreaba por el gimnasio que era gay. Yo tenía mis dudas justo hasta ese día. La gente comenzaba a marcharse, quedaba poco tiempo para cerrar y, como era monitor del gimnasio, el único que permanecía en los aparatos era Marcus. De pie comenzó a hacer el típico ejercicio de agacharse y tocar la punta de los pies sin doblar las rodillas. Gracias a los espejos de la pared yo podía regodearme mirando su recio trasero que se contoneaba a cada movimiento del muchacho. Además al agacharse las mallas se le deslizaban metiéndose hasta la mitad de la raja del culo de forma que en cuanto se ponía de pie tenía que deslizar sus dedos por el pantalón para volverlo a colocar en su lugar. En uno de esos movimientos él me miró de repente y descubrió que le estaba espiando. Además mi polla cada vez se notaba más en el interior del peto. Yo enseguida retiré la vista y enseguida volví a posarla en sus nalgas cuando retomó el ejercicio. Pero entonces sucedió, él se puso de pie y no se recolocó el pantaloncillo sino que dijo:
- ¿Puedes venir y ponerme las mallas a punto?.
Yo le dije que si estaba de broma y él insistió en que no. Yo me acerqué, coloqué mis dedos cerca de su ano y estiré las mallas hacia fuera. El me miró y sonrió picaronamente. Es obvio decir que a estas alturas mi paquete ya estaba coronado por una mancha de líquido preseminal que había brotado irreductiblemente de mi capullo. El la vio y volvió a sonreír. Yo volví al banco de abdominales y él se dirigió a las pesas. Mis ojos no podían creer lo que vieron en ese momento. El, con todo el rostro del mundo cogió una pesa pequeña, le quitó el disco de uno de los lados y la colocó sobre uno de los bancos. Entonces comenzó a bajarse las mallas. Primero sólo hasta la altura del vientre y después siguió bajándoselas por la parte de atrás. Entonces llegó hasta el pene y las bajó rápidamente. Joder, tenía una polla tremenda y preciosamente empinada. No podía creerlo, se quitó las mallas y se quedó sólo con la camiseta. Estaba guapísimo desnudito de cintura para abajo. Mirándome continuamente se agachó y comenzó a lamer el palo de la pesa que había colocado en vertical. Yo ya me estaba imaginando lo que iba a hacer a continuación. Efectivamente, una vez empapado el acero, marcus se incorporó e hizo ademán de sentarse sobre la pesa. Recolocó el mango de la misma y poco a poco éste comenzó a desaparecer dentro del culo de mi compañero de ejercicios. Mientras, se introducía uno de sus dedos en la boca y simulaba una felación. Con la otra mano comenzó a sobarse la polla. Yo no me reprimí. En un arrebato de placer me despeloté completamente en medio de la sala de aparatos y mirándole comencé a restregar mi culo sobre el banco de ejercicios. El seguía subiendo y bajando mientras la pesa entraba y salía de su culo con una facilidad pasmosa. Yo masajeaba continuamente mi polla y mis huevos mientras aplastaba mi trasero sobre el cuero del banco sintiendo cómo los pequeños labios de mi ojete resbalaban por el tejido y lo impregnaban de mi sudor. Me abrí de piernas, chupé la palma de una de mis manos y la pase por el orificio de mi culo introduciendo levemente uno de los dedos. Marcus estaba súper cachondo y terminó por quitarse la camiseta. Su cuerpo era familiar para mí, ya había disfrutado de él en las duchas y después en el baño donde me había servido como motivo de inspiración para masturbarme.
La única diferencia es que en aquellas ocasiones su polla estaba fláccida y pendulona mientras que la mía estaba recia y llena de vigor sexual. Lo dicho, él estaba super cachondo y en pelotas mientras que yo seguía dándole que te pego a mi culo y a mi polla. Notaba su respiración agitada y cómo su pecho y sus muslos brillaban por el sudor. Era una de las situaciones más excitantes que he vivido.
De repente él se sacó la pesa del culo. Se volvió de espaldas a mi y abrió sus piernas. Qué gracia, tenía depilada toda la parte que rodeaba su esfínter, que por cierto estaba totalmente abierto y mostraba el que más tarde sería un hogar para mi polla. Fue entonces cuando se incorporó y comenzó a acercarse hacia mí.
A medida que iba acercándose hacia mí, yo podía ir comprobando su profundo y masculino aroma. Sus pectorales brillaban por el sudor que iba destilando ante su excitación y su pene continuaba recio y bamboleante a cada paso. Marcus era de los hombres más guapos que he visto en mi vida, y mira que he visto muchos. Entonces llegó hasta donde me encontraba yo, es decir, hasta el banco de abdominales que estaba recibiendo los continuos frotamientos de mi culo. Me pidió que me tumbara a lo largo del banco y yo cumplí sus órdenes. Acercó su polla hasta mí y comenzó a recorrer con ella todo mi cuerpo rozando su capullo contra mi piel. Primero empezó por la cabeza, friccionando su miembro contra mi cabello teñido de rubio. Después comenzó a descender por el rostro pasando por mi boca aunque sólo me dio tiempo a darle un pequeño lametón que me supo a gloria. Siguió bajando y al llegar al pecho desvió su pene hacia arriba y hacia abajo para hacer una pequeña visita a mis pezones, duros y erectos como rocas. Y su polla iba bajando y bajando. En el ombligo presionó ligeramente contra mi piel como en un intento de penetrarme por ahí. Más abajo se entretuvo con los pelillos del vientre, justo antes de llegar a mi polla. Fue cuando literalmente los dos penes se dieron un tremendo beso. Deslicé mi pellejo hacia abajo descubriendo el glande y él hizo lo mismo. Nuestros dos penes juntaron sus puntas en un choque lleno de sensaciones excitantes. Mis huevos estaban a punto de reventar llenos de semen deseoso de salir al exterior o mejor, ávido de ser engullido por un hombre. Pero al poco rato de estrujarnos mutuamente las vergas, su polla siguió su juego pegando ligeros golpecitos a mis huevos que hacían brincar a mi pene en graciosos saltos. Bajó por mis muslos casi sin darme tiempo a pedirle una visita a mis nalgas y llegó a los pies donde se encargó de introducir su pene entre cada uno de mis pequeños deditos.
Entonces Marcus me cogió una pierna y la bajó al suelo. Cogió mi otra pierna y la levanto con una mano mientras una de sus piernas pasaba por encima de la que yo tenía en el suelo. Con la otra mano me apartó lo que pudo la polla y los huevos y luego él se sujetó los suyos. Inició una pequeña aproximación hacia mí y empecé a notar el roce de su culo con el mío. En aquel momento comprendí de lo que se trataba: quería que nos besásemos con nuestros culos y lo consiguió. Logró que encajasen perfectamente su ojete con el mío y comenzamos a restregarlos. Fue una sensación increíble. Note como mis labios anales jugaban con los suyos mientras que nuestros genitales rozaban nuestras respectivas piernas. Con sus manos acercó su rostro al mío y comenzó a besarme frenéticamente. Fue un beso donde nuestras lenguas eran las protagonistas. Mientras, nuestros culos seguían dándose mutuo placer. Tras unos minutos en esa situación, él se retiró y caminó hacia donde momentos antes había estado sodomizándose con una pesa. La cogió y le quitó la otra pesa dejando sólo el mango. Volvió a donde estaba yo, con mi pene chorreando un espeso líquido amarillento. Marcus me dijo:
- Embadúrnate el culo de saliva.
A lo que le dije que me lo embadurnarse él. Dicho y echo, dejó el mango, se agachó y con su lengua goteando saliva lubricó perfectamente mi ojete. Yo estaba que no podía más de excitación, estaba super cachondo. Cogió de nuevo el hierro y comenzó a introducírmelo suavemente por el culo. A cada centímetro que introducía, yo me iba sintiendo más y más excitado. Entonces, cuando medio mango estaba dentro de mí, Marcus me pidió que le chupara el culo. Así lo hice y pasé mi lengua por los pliegues de su esfínter. A continuación se sentó frente a mí, abrió sus piernas y se introdujo lo que quedaba de mango fuera de mi culo. Por lo tanto se puede decir que compartíamos consolador y que estábamos empalmados por el culo. Nos abrazamos y nuestros penes se frotaban el uno contra el otro.
- Me corro, me corro!
Comencé a gritar. Y efectivamente, mi pene, sin más estimulación que el pene de Marcus, comenzó a escupir chorros de lefa que regaron mi vientre y mis testículos. Mi compañero y en ese momento amante sacó bruscamente el hierro de su culo y se agachó para lamer mi esperma. Lo captaba con la lengua y lo tragaba tras saborearlo. Cogió mi rabo con la mano y se lo introdujo en la boca. Con la otra mano cogió el mango de hierro, que continuaba dentro de mí, y comenzó a sacarlo y a meterlo simulando el movimiento de una penetración. Después tiró el metal al suelo, abandonó la felación que me estaba haciendo e inyectó su lengua en mi culo. Yo comencé a masturbarme de nuevo porque mi pene, tras la corrida, había empezado a ponerse fláccido y yo no quería dejarlo ahí, yo quería más.
En ese momento me di una de las grandes sorpresas de mi vida. Mirando al pasillo vi que la puerta del vestuario de hombres estaba entreabierta. A través de ella pude ver a Carlos, un muchacho un año menor que yo, desnudo con una toalla alrededor de su cintura. Pero debajo de la tela se adivinaba su mano moviéndose violentamente. Joder, se estaba haciendo una paja mientras nos miraba. No me quedó más remedio que llamarle e invitarle a disfrutar de nuestros culos. Aquello se convirtió en una auténtica orgía de pollas y leche, calentita, por supuesto.
Carlos se acercó hasta donde nos encontrábamos follando. La punta de su toalla estaba cada vez más fuera de su cintura. Metí una de mis manos debajo de su única prenda y agarré con fuerza su polla. La tenía dura y muy, muy caliente. Mi mano se llenó de las primeras muestras de lubricante del muchacho. Entonces con la otra mano tiré con fuerza y decisión de la toalla y dejé a carlos totalmente desnudo. Su cara mostraba el apuro del momento, un rostro brillante por las gotas de sudor que caían por su frente.
- Quiero que me folléis.
Susurró entre dientes. Marcus y yo nos miramos a la cara y sonreímos.
- Por supuesto, chaval, te vamos a dejar el culo a punto!
Dijo mi compañero de polvos. Le obligamos a ponerse a cuatro patas, el chico obedeció, se agachó y se apoyo sobre sus rodillas y manos. Marcus se puso tras Carlos y se agachó hasta llegar con su boca al ojete del muchacho. Como antes había hecho conmigo comenzó a chupar insistentemente el ano de Carlos. Después comenzó a penetrarle con el eco de los gemidos del joven, que dijo:
- Quiero chuparos la polla y tragarme vuestra leche!
Yo me puse inmediatamente de pie frente a Carlos y puse mi erecta polla a su disposición. Haciendo alarde de su equilibrio levantó una mano y cogió mi rabo para introducírselo en la boca. Con una habilidad impropia de su aparente novelería comenzó a mamarme el miembro. La escena era digna de las mejores películas porno. Tres hombres completamente desnudos en la sala de un gimnasio. Uno de ellos, el más jovencito está siendo penetrado por otro mientras a su vez le chupa la polla a un tercero. Por suerte ese tercero soy yo. Su lengua era super suave y llena de saliva que hacía más placentera la felación. Mi excitación estaba aumentando por momentos y entonces avisé:
- ¡Carlos, cabronazo! ¡que me corrooooo!..
Carlos se sacó mi polla de la boca justo en el momento en el que me corrí. Pero nuevamente habilidoso, el chaval recogió mi semen con la palma de su mano. Después acercó tal peculiar cazo de leche a su boca y la engulló de un lametón. Mientras tanto marcus seguía dándole por culo: zas, zas, embestida tras embestida.
No hace falta decir que a estas alturas la polla de Carlos había alcanzado ya una erección considerable. Yo estaba deseoso de probar su sabor así es que me agaché, agarré con fuerza su miembro y me lo introduje en la boca. Joder, tenía un sabor exquisito, regado delicadamente con su jugo preseminal, fruto de lo cachondo que estaba. Al acercar mi cara a su vientre me molestó el vello de los huevos que me hacía cosquillas en la barbilla. Ni corto ni perezoso miré a Marcus y dije:
- A este chaval hay que depilarlo.
Carlos me miró con restos de semen en su rostro y dijo:
- Sí, por favor, quitarme los pelos de los cojones, siempre he querido hacerlo pero no me he atrevido.
Me levanté y fui corriendo en pelota picada a los vestuarios. A cada zancada mi polla golpeaba mi vientre salpicándolo con los últimos restos de semen de mi anterior corrida. Fui hasta mi neceser y lo abrí. Estaba lleno de paridas: un suspensorio, unas bolas chinas... Y por supuesto la cuchilla y la espuma de afeitar. Cogí ambos instrumentos y volví a la sala de "ejercicios". Entonces pedí a Carlos que se tumbase boca arriba a lo largo del banco de abdominales en el que yo anteriormente había estado restregando mi culo. Le pedí que por favor no se moviese demasiado. Para sujetarlo, Marcus se sentó casi literalmente sobre el rostro de carlos, lo que obligó al joven a chupar el culo al experto culturista. Yo cogí su tiesa polla y la tendí sobre su vientre, de forma que apuntaba hacia el ombligo. Después agité el bote de espuma y puse una ligera cantidad de la misma en la palma de mi mano. A continuación con mucha suavidad la fui repartiendo por sus testículos y los lados de la verga. Recordé en ese momento que no tenía agua y me dirigí a los baños. Volví con un cubo de la limpieza lleno de agua y comencé mi labor. Con mucha delicadeza fui recorriendo con la cuchilla sus desarrollados huevos. Con frecuencia tenía que limpiar el instrumento ya que los rizados pelos impedían el corte. De vez en cuando levantaba la vista y comprobaba como Carlos seguía excitando el ojete y los huevos de Marcus con su lengua. A cada paso de la cuchilla sus huevos iban revelándome su auténtico color encarnado.
- Más abajo también, por favor, quiero tener el culo como Marcus.
Dicho y hecho, preparé más espuma y se la unté por el culo y la parte que se encuentra entre el ojete y los testículos. Lista la espuma, la cuchilla continuó con la depilación. Con las manos le separé como pude las nalgas y seguí. Entonces fue cuando carlos comenzó a masturbarse. Yo no me pude aguantar y mientras le afeitaba me incorporé y le empecé a mamar el rabo. No tardó mucho en
gritar:
- Que me corroooo!
Su corrida inundó mi boca en varias oleadas. Algunas de ellas me las tragué instantáneamente y otras las guardé en la boca. Dirigí mis labios a su ojete y unté su propio semen por su piel a modo de lubricante para el afeitado. Fui retirando los pelillos del ojete y seguí apurando los testículos salvando el vello de la parte superior del pene que comenzaba a los lados del mismo mediante dos diagonales. En pocas palabras, su vello se había convertido en un triángulo de pelo bajo el cual se encontraba el pene. Cogí con ambas manos agua del cubo y limpié todos los restos de espuma de sus genitales. Traje un espejo de los vestuarios y le enseñé el resultado a Carlos. Sus huevos eran grandes y brillantes y ya no tenían ni un resto de vello. Con una mano inclinó el espejo y con la otra dirigió los dedos a su culo. Pudo comprobar en el reflejo que su ojete estaba limpio sin ningún pelo alrededor y no dudo en acariciarlo y meterse algún dedo.
- Déjame comprobar el resultado.- le pedí.
- Adelante.
Comencé entonces a chuparle los huevos, una experiencia que me excitó bastante por lo suaves que estaban. Seguí por el ojete, sus arrugas se rendían ante las arremetidas de mi lengua que buscaba caprichosa los dulces aromas del ya no virginal trasero adolescente. Mi polla era un auténtico frenesí, las gotas de licor preseminal llenaban mis piernas. Cogí mi rabo con una mano y comenzé a masturbarme frenéticamente. Arriba y abajo, arriba y abajo, mi mano iba deslizando el prepucio por el glande cuyo rozamiento me proporcionaba relámpagos de placer. Carlos se levantó de su peculiar banco de depilación y volvió a chuparme la polla. Apartó mi mano bruscamente y con su lengua chupaba y chupaba mis centímetros de verga. Mis gemidos seguramente podrían oirse desde la calle. Mientras carlos me la chupaba Marcus se situó detrás de mi y sin penetrarme comenzó a frotar su pene entre mis nalgas que con los pelillos le proporcionaban un rozamiento exquisito. Los gritos de placer de Marcus comenzaron a igualar a los míos justo en el momento en el que noté como un chorretón de lefa me salpicaba la espalda y comenzaba a deslizarse hacia abajo. Marcus se retiró y noté como su semen se resbalaba por mi espalda y llegaba a mis nalgas colándose caliente por la raja del culo. Fue un día de gimnasio inolvidable.

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